Vania Pigeonutt
La escena criminal en México cobró relevancia en la prensa extranjera durante el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa —al inicio de lo que el ex presidente nombró como “la guerra contra el narcotráfico”. Los periodistas locales documentaron cómo el país se convertía en escenario de masacres, narcotúneles, fosas clandestinas, desapariciones forzadas, desplazamientos, feminicidios, muertes violentas y otros crímenes de lesa humanidad.
Desde diciembre de 2006, cuando más de siete mil soldados llegaron a Michoacán para combatir al crimen organizado, inició un trabajo periodístico que se ha prolongado por más de 16 años y en el que 137 comunicadores han sido asesinados.
Periodistas, sobre todo extranjeros, se interesaron en cubrir la violencia en México y empezaron a contratar reporteros locales para que fueran sus fixers y los guiarán en el terreno, ayudando a explicar y contextualizar los temas.
Fixer es el título que se da a la persona que organiza la cobertura; es decir, que se encarga de resolver, arreglar, conseguir los accesos, agendar entrevistas con las fuentes, marcar las pautas de los enfoques, los límites y los actores de los grandes reportajes e investigaciones internacionales. La mayoría de las veces el o la fixer no recibe ningún reconocimiento en los trabajos publicados.
Estos periodistas extranjeros han querido realizar reportajes sobre los feminicidios de mujeres en Ciudad Juárez, los secuestros de migrantes en su ruta hacia Estados Unidos y las desapariciones forzadas ejecutadas en contubernio entre autoridades de todos los niveles de gobierno y grupos criminales, como es el caso de los 43 estudiantes de Ayotzinapa ocurrido el 26 de septiembre de 2014.
Periodistas de Estados Unidos, Europa y Asia han llegado a México siguiendo los reportes de asesinatos en el mundialmente reconocido destino turístico de Acapulco, Guerrero, los enfrentamientos entre organizaciones delictivas rivales, las imágenes tétricas de personas hechas pedazos, de cabezas humanas arrojadas al interior de centros nocturnos, de hombres colgados en puentes o las amenazas contra policías locales que se dejan en zonas donde ha ocurrido un crimen.
Es así que la historia del fixer en México camina de la mano con la violencia, la precariedad laboral y la necesidad de contar al exterior lo que pasa en un país en el que se apilan muertos y desaparecidos.
México además es el país más letal para los periodistas en el mundo sin estar en guerra, y uno donde los comunicadores trabajan mucho pero ganan poco dinero.
El término fixer, el arreglador, en su traducción al español, se había utilizado en escenarios bélicos como la guerra de los Balcanes o en zonas de conflicto como la pugna entre pandillas en América Central. Pese a su complejidad, no existen tarifas homogéneas establecidas por día ni por región para esta labor.
De acuerdo a los periodistas que Frontline Freelance México entrevistó, fue entre los años 2006 y 2007 que en el contexto mexicano emergió la labor de los fixers: aquellos que, por ejemplo, iban en pos de conseguir la entrevista con un sicario enmascarado o los que buscaban a campesinos que les permitieran documentar el proceso del cultivo de amapola. No hay que olvidar que la o el fixer también trabaja como chofer, coordinador de logística, tramitador de permisos y accesos, intérprete y muchas otras cosas más.
Los pioneros de esta actividad en México trabajan en lugares como Tijuana, Baja California; Matamoros, Tamaulipas; o Ciudad Juárez, Chihuahua, ciudades fronterizas donde se mezclan la migración y la violencia. Otros veteranos de la profesión también laboran en estados del sur del país como Guerrero, Oaxaca y Chiapas, entidades que además de presentar una alta incidencia delictiva, comparten características como elevados niveles de pobreza y marginación, así como un gran número de población indígena.
Para 2008, en un México con militares en las calles, no había capital en el norte del país en donde no hubiese diferentes tipos de violencia: extorsiones, secuestros, feminicidios, homicidios dolosos, narcomenudeo y una pugna entre grupos rivales del narcotráfico. Todo esto ocurría ante un panorama de impunidad y violencia política que luego se fue esparciendo al resto del país.
El gremio periodístico no estuvo exento de vivir las consecuencias de esta guerra contra la población. Nos volvimos noticia. Los ataques a las redacciones, actos que los gobiernos estatales siempre achacaban al crimen organizado, empezaron a ser cada vez más frecuentes.
En Ciudad Juárez la violencia contra periodistas cobró una víctima el 13 de noviembre de 2008. La mañana de ese día Armando Rodríguez Carreón, “El Choco”, reconocido reportero de la fuente policiaca del periódico El Diario, fue baleado en su auto cuando se disponía a llevar a sus hijos a la escuela.
Artículo 19, organización internacional defensora de las libertades de expresión y prensa, ha documentado el asesinato de 162 periodistas en México entre el año 2000 y septiembre de 2023.
Los periodistas hemos denunciado que los mismos políticos se aliaron con criminales para atacarnos o eran ellos mismos miembros o líderes de organizaciones delictivas. Los intereses se revolvían y lo legal se beneficiaba de lo ilegal. Un ejemplo claro es la política que emplea la violencia para ganar territorio con diputaciones locales y alcaldías.
En 2010, un grupo armado disparó contra las instalaciones del periódico regional El Sur en Acapulco, donde la estrategia bélica encabezada por el Ejército sólo provocó más desapariciones y hechos de violencia.
Los ataques y el hostigamiento no sólo se miden por el número de muertos y desaparecidos. También está la frecuencia con la que la violencia afecta al gremio.
Cuando terminó el sexenio de Enrique Peña Nieto en 2018, había ataques contra la prensa cada 24 horas, de acuerdo a Artículo 19. Tras el cambio de gobierno, estos aumentaron, con un ataque contra periodistas cada 14 horas, según muestran los datos más recientes (2021) de la organización.
México se ubicó dentro de los primeros 10 países más impunes en el mundo en el más reciente Índice Global de Impunidad del Comité de Protección a Periodistas (CPJ), publicado en 2022. El comité destacó que México “es uno de los casos más atroces” dado que el organismo ha documentado “28 asesinatos de periodistas sin resolver allí en los últimos 10 años, la mayor cantidad en cualquier país del índice y el más peligroso del hemisferio occidental para los periodistas”.
El CPJ explica que su Índice de Impunidad Global calcula el número de asesinatos no resueltos de periodistas como un porcentaje en relación con la población de cada país.
Además, la pandemia de COVID-19 agudizó la precariedad de los colegas: al menos 32 periodistas han muerto por la enfermedad y a muchos les disminuyeron el salario.
De acuerdo a cifras de la Secretaría de Gobernación, entre 2007 y 2022 fueron asesinadas más de 330 mil personas en todo el país; también se estima que unas 100 mil personas más están desaparecidas desde 1964. En los últimos 15 años, el trabajo periodístico, ya sea para un medio local o como fixer para producciones de fuera, documentó el descubrimiento de fosas clandestinas y la desaparición forzada de personas como una estrategia de terror.
Mientras que el discurso oficial instaurado hace 15 años indica que la violencia se debe al enfrentamiento del Estado y los grupos delictivos, ver el territorio desde una perspectiva local revela que son muchas más las capas en las que hay que adentrarse para entender la complejidad violencia del país y cómo se gobiernan los pueblos. En medio de todo esto encontramos a periodistas, fixers y productores locales.
Para colegas como Félix Márquez en Veracruz, Teresa Montaño en el Estado de México, Luis Daniel Nava en la Montaña baja de Guerrero o Lenin Mosso en la región indígena de ese mismo estado, hacer periodismo y trabajar guiando a periodistas foráneos es caminar en terrenos peligrosos. Todos ellos aseguran que cuando trabajan para alguien más el riesgo se vive al doble porque el fixer vive en el lugar donde se centra el reportaje.
Aunado a esto, estos fixers no tienen voz en la decisión del ángulo de la historia, de las palabras que se imprimirán en el periódico, de las imágenes que reproducirá la televisora. Si un rostro o nombre se revela aún cuando los reporteros extranjeros prometen respetar el anonimato, los reporteros locales y los fixers son los que sufrirán las consecuencias. Lo mismo ocurre si a las fuentes no les gustan los encabezados o la narrativa de la historia en general.
Félix Márquez dimensiona el por qué es más difícil vivir en el territorio. Un compañero de quien aprendió hace más de una década a cubrir la nota policiaca tuvo que exiliarse luego de que asesinaron a su familia. Vivir en una región con altos índices de violencia extiende el riesgo a tus seres queridos, exponiendo a más gente que no tiene idea de lo compenetrado que estás en algún tema. Incluso, el mismo Félix abandonó el país por un tiempo despues del asesinato de su colega fotoperiodista Rubén Espinosa en 2015.
Pero él también opina que sin los periodistas locales el trabajo de colegas foráneos no tendría el mismo impacto. “Ni sería fácil reportearlo en un estado como Veracruz, con la parte de violencia, con el territorio que tenemos, con una orografía complicada, con mucha efervescencia entre municipio y municipio que están a cinco minutos uno del otro”, dice Felíx. Además cuestiona por qué si sus servicios son tan claves en las investigaciones sus nombres no aparecen en los créditos. “Este conocimiento sí debe tener un reconocimiento autoral al igual que económico”, agrega este periodista veracruzano.
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Disgregando el quehacer de un fixer
En palabras de Jorge Nieto, un periodista y productor de campo que se inició como fixer en 2007 en Tijuana, Baja California, la definición de la actividad remite a los sentidos: el fixer es la vista, el oído, la intuición de vivir el tema a flor de piel para ofrecerle a periodistas ajenos nuestro contexto y acceso a una comunidad o ciudad determinada.
Jorge dice: “un fixer también es el encargado de ayudar a conseguir hospedaje, alimentación, transporte; y debe tener la habilidad de responder a problemas técnicos; debe solucionar, tener los contactos de emergencia, de seguridad, de los encargados de ciertas áreas sobre todo cuando estás trabajando temas de seguridad”.
El experimentado fixer también cree que cuando el periodista o guía local ofrece conocimiento de campo, sugerencias editoriales, posibles entrevistas, enfoques para el reportaje, pasa de ser “el arreglador” a ser productor de campo o productor asociado.
Un fixer repara cosas, situaciones, problemas y también busca prevenir riesgos para periodistas extranjeros. Un productor local de campo, además, contribuye activamente en la historia que se va a contar.
Jorge recuerda que empezó a guiar a colegas extranjeros, un gran porcentaje provenientes de Estados Unidos, en el 2006. Con el inicio de la guerra contra las drogas, el gobierno implementó dispositivos de seguridad como el Operativo Chihuahua o, en su ciudad, el Operativo Tijuana.
Fue a partir del inicio del despliegue militar en las calles del país en 2006 que aumentaron las violaciones a los derechos humanos. En Tijuana, a Jorge le tocó cubrir balaceras a plena luz del día, mientras convoyes de policías, militares, escoltas de presuntos líderes del crimen organizado y miembros de cárteles circulaban por la ciudad portando armas con desfachatez.
“Parecía que en Tijuana no había ningún tipo de control”, asegura.
Esa misma violencia atraía a los corresponsales. Pero, a su juicio, esos periodistas extranjeros venían queriéndose enfocar mucho en los clichés porque es lo que más vende.
“Hay veces que piensan que van a ver niños con ametralladoras en las esquinas; así la imagen de película que tienen. Donde sí, México y Tijuana tienen un contexto grave de violencia, pero que no necesariamente se tienen que contar desde el número de asesinatos y ejecutados, sino también desde la narrativa y complejidad del gran número de actores involucrados. De los problemas que hay por la mezcla de la interculturalidad de la frontera, por ser paso fronterizo, por tener poco arraigo; muchos más factores, no solo que haya gente armada”.
Cuando le pidieron conseguir acceso a un narcotúnel, él se negó reconociendo el gran riesgo que se presentaba ese trabajo. En cambio, lo que sí consiguió fue acceso a un cargamento de 250 kilos de cocaína para una producción Australiana. Aunque por un momento se arrepintió, pues llegó a pensar lo que le pasaría si se presentaba una situación de riesgo en el que las embajadas de los colegas extranjeros tuvieran que intervenir para rescatar a sus ciudadanos pero no a él que era el único mexicano en esa peligrosa producción. Buscando cierta protección, a veces ha pedido que no se le de crédito en la publicación, poniendo de lado su ego o reputación en la industria.
Su compañera Mariana Martínez Esténs también trabaja como periodista y productora local de campo en la región fronteriza de Tijuana y San Diego. Al igual que Jorge, cuenta con más de 20 años de experiencia cubriendo esta zona binacional para varios medios internacionales.
Su libro “Inside People: Historias desde la reclusión” se enfoca en el trabajo que ha realizado dentro de las cárceles mexicanas. Es de los pocos documentos que exponen la precariedad en la que trabajamos los periodistas y, también, aborda las condiciones en que trabajan los fixers.
En el texto, Mariana plantea que si las relaciones con los medios que los emplean no son equilibradas y con parámetros claros, se tornan en relaciones coloniales que terminan siendo más violentas para los periodistas locales. Mariana se opone a las prácticas que invisibilizan el trabajo de un periodista local una vez que es contratado por un colega o medio de comunicación. No es justo, dice, porque los periodistas que trabajan para medios locales en casi cualquier región del país deben, además, trabajar en más de tres lugares para completar un ingreso apenas adecuado.
Si bien ser fixer ofrece la oportunidad de una mejor remuneración—en ocasiones más de 200 dólares al día—también su trabajo, que muchas veces consiste en arriesgar la vida, merece reconocimiento.
Muchas veces los fixers tienen muy bien ubicados temas de gran impacto pero carecen de tiempo o recursos suficientes para desarrollarlos. Cuando una periodista foránea quiere investigar sobre uno de estos temas, colabora con la periodista local sin darle el reconocimiento que merece.
Con o sin reconocimiento, la vida de los y las periodistas mexicanas siempre está en riesgo.
El asesinato del fotógrafo, reportero y fixer Margarito Martínez Esquivel ocurrido el 10 de enero de 2021 en Tijuana ilustra el nivel de violencia que enfrentan los periodistas. Conocido entre sus colegas como el 4X4 porque su intrepidez lo hacía un periodista “todo terreno”, Margarito cubría temas policiales y de seguridad.
Margarito, que trabajó como fotoperiodista y fixer para medios internacionales como la BBC, The San Diego Union-Tribune y Los Ángeles Times, fue asesinado afuera de su casa de tres disparos pese a haber denunciado amenazas en su contra y haber solicitado que se le integrara a un programa gubernamental de protección. Pero el Estado no lo protegió.
Por eso las condiciones de quienes trabajamos como fixers deben mejorar. No sólo corremos riesgo de ser asesinados, sino que la precariedad de nuestras condiciones laborales nos orilla a aceptar asignaciones peligrosas para medios foráneos por la mayor remuneración económica que esto representa.
Mariana señala que: “conforme en México se empezó a incendiar la cosa, a hacerse más peligrosa, los medios internacionales sólo mandaban a sus corresponsales si tenían a alguien como periodista local que fuera su guía; entonces se empezó a acuñar el término fixer”.
Con la escalada de violencia que vivió esa frontera entre los años 2006 y 2008, periodistas internacionales buscaron como fixers a colegas locales que colaboraban para agencias internacionales noticiosas como la Associated Press o Reuters, o para medios importantes en México como Reforma o el Semanario Zeta.
“Nos invitaban un café: nosotros, ávidos de atención, les pasábamos contactos, les decíamos cómo hacerlo, teníamos afán de ayudar. Pero luego resultó que era un trabajo”, indica Mariana.
Ella se siente afortunada de haber sido traductora de periodistas que habían cubierto guerras o trabajado en Centroamérica, escenarios en los que era importante que el trabajo del periodista fuera pagado y reconocido. Recuerda que fueron estos corresponsales extranjeros quienes le dijeron que debía cobrar por su labor de aconsejar y guiar a otros periodistas. De ahí que ella esté en contra del uso del término fixer, ya que un periodista en campo trabaja demasiado para facilitarle la labor a un colega que sólo llega por pocos días como un “paracaidista”.
Mariana opina que la cuestión de las relaciones coloniales y verticales que terminan por afectar al fixer debe ser resuelta por todos los que en algún momento planean contratar a un periodista o guía local. Además detalla que estos periodistas foráneos deben ser conscientes del contexto y el lugar dónde requieren ayuda, de que las personas que les auxilian viven en el lugar de los hechos y que, con esa ayuda, sus trabajos pueden llegar a ser galardonados en sus países de origen.
Relaciones asimétricas
En 2016, el Global Reporting Center publicó el estudio “Fixer, la relación entre el periodista y el mediador: una mirada crítica hacia el desarrollo de mejores prácticas en el periodismo global”, en el que detalla la relación entre los corresponsales extranjeros y los fixers, quienes suelen ser reporteros locales.
El documento incluye una encuesta anónima en la que participaron 450 personas que trabajan en periodismo en 71 países. El sondeo revela que el 60 por ciento de los participantes no ha obtenido créditos en los medios para los que ha trabajado como fixer, mientras el 86 por ciento dijo estar interesado en que su nombre aparezca en los trabajos que se publican.
Para nuestro micrositio, Fixing Journalism, fueron entrevistados 35 colegas de los estados de Baja California, Chiapas, Chihuahua, Ciudad de México, Coahuila, Estado de México, Guanajuato, Guerrero, Nuevo León, Oaxaca, San Luis Potosí, Sinaloa, Tamaulipas, Veracruz y Yucatán; todos coincidieron que obtener créditos es importante para desempeñar su labor, a menos que el periodista opte por el anonimato para resguardar su seguridad.
Todos los y las que respondieron a la encuesta han trabajado como fixers para mejorar sus ingresos. Han ganado desde 75 hasta 500 dólares al día. Los salarios más bajos son los que perciben periodistas que sólo trabajan como reporteros en estados como Oaxaca, Chiapas y Guerrero—en algunos casos de cinco dólares al día—, mientras en estados del norte como Chihuahua, Sinaloa y Baja California pueden llegar a 20 dólares por día.
La fundadora de Frontline Freelance México, Andalusia K. Soloff, una periodista multimedia estadounidense radicada en Ciudad de México que se especializa en violencia estatal, migración, luchas indígenas por la tierra y violencia de género en América Latina, considera que las relaciones entre quienes contratan a un fixer y el fixer deben ser equilibradas. En su experiencia ha tenido aprendizajes positivos trabajando cómo fixer.
“Ser fixer ha sido tanto bueno como malo. Cuando no tienes mucha experiencia siendo periodista se puede aprender mucho de periodistas experimentados: ángulos, cómo se mueven, que porque trabajan en medios de más alto perfil pueden acceder a entrevistas mucho más importantes que cuando trabajas para medios desconocidos”, considera.
Aunque el término fixer no es denigrante en absoluto, en ocasiones sí se ha empleado para degradar la labor que uno realiza en la producción de contenidos noticiosos o de entretenimiento. Fixer no es un término que haga justicia a todo el trabajo que esta persona realiza porque “no es [un término] que abarque todo al trabajo que hacemos. Es un término que no reconoce nuestro valor periodístico”, precisa la periodista.
Andalusia, quien es co-coordinadora de Fixing Journalism y ha impartido talleres a periodistas para inculcar la noción sobre el pago justo por su trabajo, indica que no todos los medios dan crédito a los fixers. Ella dice que para muchos medios el fixer es “el último eslabón de la cadena; que no tenemos mucha injerencia y que sólo hemos tenido que obedecer o (sino) perder el trabajo”.
Ella destaca que las desiguales relaciones de poder que se generan en este contexto dan como resultado varios problemas. Lo que ella ha notado es que los medios internacionales que viajan de todas partes del mundo a México muchas veces omiten dar justo reconocimiento a quienes les facilitan el trabajo de campo, fallan en pagar adecuadamente o exponen la seguridad de los periodistas que contratan.
Inclusive, los fixers deben también asegurarse de que las historias que se producen desde sus lugares de trabajo no se pierdan en las fantasías de los periodistas extranjeros, muchos de los cuales llegan con ímpetu de abordar los fenómenos de violencia o de las culturas indígenas como si fueran temas exóticos. Un ejemplo de esto son los ángulos que muchos extranjeros tienen en mente al explicar un estado. En Sinaloa, por ejemplo, muchos periodistas solamente se han querido enfocar en el impacto del Cártel de Sinaloa sin verdaderamente adentrarse y explicar que el tráfico de drogas trasmina, de una u otra forma, a toda la sociedad mexicana.
“Una de las cosas que me preocupan mucho son los premios. Una cosa es cuando uno como periodista hace trabajo con pasión, por el cambio social, porque con tu trabajo difundes historias importantes más allá de los premios. Sin embargo, estos ayudan a conocer temas, visibilizan problemáticas. Los premios ayudan mucho. Dan un prestigio alto a los periodistas, y es muy grave que cuando somos productores o fixers no nos incluyen en los premios”, opina Andalusia.
Alicia Fernández, quien junto a Andalusia es co-coordinadora de Fixing Journalism, es periodista visual y productora independiente en Ciudad Juárez, Chihuahua, solía trabajar como fixer. Ahora trabaja como productora de campo y colabora con medios internacionales, periodistas independientes e investigadores. Alicia es una de las precursoras de esta profesión en la frontera Juárez – El Paso.
Convertirse en fixer en el 2009 representó crecimiento; la sacó de un entorno sombrío que había envuelto al periodismo de su frontera natal en ese momento. En 2010, su labor era documentar “muertes y más muertes”. Su trabajo fotográfico estaba sumergido en el crimen y la violencia que azotaban a su ciudad. Eran vivencias que la montaban en una montaña rusa de emociones, donde la adrenalina de pronto se disparaba mientras ella se adentraba más en la tristeza y la tragedia de cubrir el conflicto en Ciudad Juárez. Así que conocer otras perspectivas periodísticas expandió sus horizontes.
Hacer diarismo y cubrir la nota roja en un lugar como Ciudad Juárez implicaba trabajar por las noches exponiéndose a los peligros que esto conlleva. Los medios nunca han invertido en capacitar a sus reporteros para realizar este tipo de coberturas. Han sido ellos quienes de manera autogestiva han luchado por capacitarse para cubrir balaceras, para saber cómo proteger sus equipos fotográficos e, incluso, para establecer protocolos en las calles para que el trabajo se logrará de la manera más segura, pese a la falta de condiciones para en verdad hacerlo.
Alicia ha trabajado con fotógrafos galardonados y reconocidos mundialmente —como Ron Haviv—, así como con producciones enfocadas en los derechos humanos. Estas experiencias fortalecieron su mirada fotográfica y su evolución como productora.
“Para mí era una oportunidad de aprender de todos porque eran grandes personas”.
Alicia ya era periodista cuando comenzó a ser fixer, y aprovechó la oportunidad. Para ella no sólo se trataba de poder trabajar con grandes fotógrafos, sino que también cobraba tarifas justas. Además, ella les consultaba para poder aprender más, saber cuáles eran sus perspectivas y metodologías para trabajar y viajar por el mundo.
Por su parte, la periodista Melva Frutos, decana de la profesión en Monterrey, Nuevo León, señala que es importante reconocer que el ser periodista, mujer, madre y fixer añade niveles de complejidad a la profesión. Ella, que también ha sido fixer y ha cubierto temas de seguridad, migración, política y libertad de expresión, puntualiza que los pagos deben ser mejor regulados y que idealmente debiera existir un tabulador.
Se ha desempeñado como fixer y periodista independiente en muchos de los estados del norte, entre ellos Coahuila y Tamaulipas. Esos trabajos han incluído largos trayectos en carretera que le hicieron pensar y preocuparse por los riesgos adicionales de ser mujer y mamá. Ella ha desarrollado sus propias herramientas de seguridad, “desde que empecé a hacerlo siempre he tenido un sistema de monitoreo con otros colegas y siempre me he contactado con colegas de la ciudad a la que voy para tener un ancla allá, por decirlo de alguna manera”, agrega Melva.
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Relaciones coloniales, territorio indígena y seguridad
Lenin Mosso es un comunicador Mè’ phàà que trabaja en la región indígena de la Montaña de Guerrero, un territorio multicultural, donde conviven pueblos originarios como el Ñuu Savi, Mè’ phàà y Ñomda’a.
Mosso afirma que deben considerarse tanto el contexto cultural como las condiciones de seguridad en las que trabajan los periodistas locales. Al igual que muchos otros colegas en el resto del país, Lenin ha tenido malas experiencias cuando ha sido contratado por periodistas venidos de fuera: no le han pagado, cubren tradiciones locales con morbo o le piden entrevistas que ponen en riesgo a él y a su familia en la ciudad de Tlapa, donde vive. Se inició como fixer para difundir su cultura, pero con el tiempo, después de que en Iguala ocurriera la desaparición forzada de 43 estudiantes de la escuela normal rural de Ayotzinapa en 2014, todo se enfocó en el tráfico de drogas y la violencia.
“Todo el mundo me empezó a buscar por temas de violencia, narco y amapola. Ya hasta le llamamos ‘amapola tour’ porque todo el mundo venía casi casi a turistear”, recuerda Lenin.
El estado de Guerrero es el mayor productor de amapola en México, llegando a cosechar el 44 por ciento de la producción nacional. Esto ubica a México, además, como uno de los productores de opio más importantes a nivel mundial, sólo después de países como Afganistán y Myanmar.
Al inicio le gustaba que en un día podía ganar seis o siete mil pesos, algo que en otros trabajos ganaba en un mes entero. Pero poco a poco su trabajo se transformó.
“Me fui involucrando en los peligrosos temas de crimen y violencia, que ya no estaba tan chido porque puede generar problemas en mí, de seguridad y no vivir tranquilo. Todo esto te deja estrés postraumático. Después de cada chamba andaba así alocado, pensando en lo que podía pasar”, señala Lenin.
Una de sus malas experiencias fue al realizar una historia en Filo de Caballos, población en la Sierra de Guerrero conocida por los desplazamientos forzados internos y siembra de amapola. La gente entrevistada pidió que no salieran sus rostros, sin embargo sus caras aparecieron en el producto final.
“Lo peor ha sido quedar mal con las familias que confiaron en mí y se rompió esa confianza; porque no censuraron su rostro, su nombre o vulneraron su pueblo. Eso es lo que a mí más me duele, más que el problema de inseguridad, pero el tema de dejar mal con el convenio o la palabra de una familia pesa más”, comenta el periodista guerrerense.
Alguna vez él llegó a creer en el poder del periodismo para provocar un cambio social, pero poco a poco perdió esa esperanza al ver que muchos de los reportajes se trataban más de un tema de adrenalina y morbo. Pero eso no quiere decir que Lenin se ha alejado de documentar la realidad de las comunidades en la montaña de Guerrero; simplemente su labor se ha transformado. Ahora se enfoca más en ser fotógrafo documental en vez de fixer, aprovechando lo aprendido en todos estos años “arreglándole” a otros sus reportajes.
“Me fijaba en su imagen, en su ángulo, en su encuadre, en su manera de tejer las historias y eso es lo que más rescato de ese mundo”, asegura.
Las relaciones de los fixers con sus clientes deben tomar en cuenta el contexto de una comunidad, especialmente si los fixers pertenecen a la misma comunidad indigena donde se realizan las historias. Roselia Chaca, una periodista zapoteca con más de 20 años de experiencia trabajando en el Istmo de Tehuantepec, la región indígena más tradicional y grande de Oaxaca, dice que en las contadas ocasiones que se ha desempeñado como fixer los periodistas y productores foráneos se han aprovechado de la comunidad.
En la región del Istmo hay mucho interés en la gente Muxe, personas que se identifican como un tercer género. Su cultura ha llamado la atención de documentalistas y periodistas de todo el mundo. Roselia empezó a ser fixer hace 15 años sin saber que ese era trabajo remunerado. Muchas veces los periodistas foráneos prometían pagarle, pero ese dinero nunca llegó, afirma la periodista zapoteca.
Rosalia siente que la realidad de su región y de la gente que ahí vive es demasiado compleja para entenderla en dos o tres días, que es lo que normalmente dura la visita de la mayoría de periodistas extranjeros al Istmo. Incluso, relata que en una ocasión unos periodistas se hicieron pasar por antropólogos con el fin de poder entrevistar a la gente Muxe que se había negado a dar entrevistas a medios de comunicación. Por eso ya ha tomado una postura al respecto.
“Yo me niego a llevarlos (con personas Muxe) y, de alguna forma, vender este tema. Siento que es como vender parte de mi cultura solo por morbo”, afirma.
También le preocupa que las producciones extranjeras extraigan su cultura para replicarla y venderla. Las comunidades zapotecas, por ejemplo, tienen una larga tradición de telar y bordado, y ya se han visto casos en los que marcas de alta moda han robado diseños de comunidades indígenas en Oaxaca, asegura.
“He tenido malas experiencias de apropiación cultural. Me pongo a pensar en cuánto expongo a gente de las comunidades actuando de buena fe. Ahora exijo un documento [a mis clientes] donde me expliquen, que haya un contrato de por medio donde revise bien el alcance del proyecto, los beneficios para la gente”, considera la periodista oaxaqueña. También reconoce que a veces las producciones pagan para documentar a las personas Muxes o a las tejedoras y, aprovechándose de su necesidad económica, hacen lo que ella llama “un saqueo de conocimiento y un saqueo cultural”.
Al igual que a Lenin, el periodista guerrerense, le preocupa que la gente confíe en ella por su trabajo previo, por hablar su mismo idioma y por pertenecer al mismo pueblo indigena, y que los periodistas extranjeros se aprovechan de esa confianza y publican reportajes con una narrativa que no le parece justa.
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Conclusiones
Todas y todos los periodistas entrevistados coinciden en que dado a que el trabajo de los fixers en México va de la mano de la precariedad, las historias que aquí se presentan deben reivindicar al periodismo. ¿Cuántas de las crónicas y relatos que vemos en diferentes formatos, series de televisión, películas en boga se las debemos a un periodista fixer?
En este sitio web mostramos un recorrido por el país a través del trabajo de los compañeros que han cubierto, por encima de su salud física, mental y emocional, bajo pésimas condiciones laborales y salariales, la geografía violenta en la que se ha convertido México. Con ustedes, los fixers.