Benjamín Alfaro es periodista audiovisual en el sur de México desde 2005. Creció en Tapachula, Chiapas, una ciudad muy cercana a la frontera con Guatemala, torniquete en la ruta de migrantes de Centroamérica y personas que viajan desde todo el mundo con el sueño de llegar a Estados Unidos.
Cada vez que un equipo periodístico busca un fixer o productor local en Tapachula, sale el nombre de Benjamín. Siempre es altamente recomendado porque conoce muy bien el corredor de la frontera sur que abarca Chahuites, Oaxaca, Tapachula, Chiapas, Tenosique, Tabasco e incluso Guatemala. Él se considera parte de la comunidad fronteriza, y ha construido alianzas con “conocidos, braceros, la persona de la tiendita, con colegas en un medio local en Guatemala y los demás.”
Bejamín ha ganado premios como parte de producciones internacionales. Su trabajo es estar atento del contexto local e internacional, y hacer alianzas con los colegas. Con 16 años trabajando como fixer y productor local, él sí ha logrado obtener pagos justos y créditos en los reportajes que se publican.
Pero no siempre fue así. La primera vez que le llamaron de una televisora pública alemana en 2008 para trabajar de fixer él pensó que era un engaño. Le iban a pagar 2,500 pesos diarios, y en cuatro días ganaría más de lo que ganaba todo el mes en el medio local donde era reportero y camarógrafo. A pesar de sus reservas, aceptó. Tomó días de vacaciones de su otro trabajo y le fue bien en su primera experiencia como fixer.
Fue después cuando comenzó a tener algunas experiencias menos afortunadas.
“Sí me ha tocado que medios estadounidenses quieran abaratar el trabajo de uno, incluso fundaciones, que tienen presupuesto contemplado para todo: para coordinadores, boletos de avión, comidas, hoteles y transporte. Pero al final dejan una tarifa mínima para el fixer; para el fixer lo que sobre. Son fundaciones que resaltan los derechos de ciertas personas pero atropellan los derechos laborales del fixer”, asegura Benjamín.
Su peor vivencia fue cuando trabajó para un medio español que terminó cobrándole a él.
“Estábamos en Tapachula. Y al final, la entrevista que el medio había pactado se cayó. Y a mí me multaron con 20 dólares. Yo no dije nada porque no sabía de a cómo se cobraba, ni sabía que podía pasar eso que me multaran porque se cayó una entrevista que ellos mismos habían pactado”, recuerda.
Con el tiempo ha aprendido cómo evitar estos desprecios y violaciones de sus derechos laborales. No le parece justo que los periodistas en la frontera del norte con Estados Unidos puedan cobrar más cuando él también corre muchos riesgos; pero reconoce que no hay mucho que él pueda hacer contra esta inequidad.
“Como periodista siempre priorizo que me respeten a mí y a mí trabajo. De la misma manera profesional con la que comparto mi conocimiento y mi trabajo, me gusta recibir lo mismo de vuelta. Pero no solo conmigo, sino también con las fuentes que entrevistamos”. apunta Benjamín.
Él se preocupa por el trato que algunos periodistas extranjeros dan a las personas que entrevistan. Muchas de estas fuentes son personas en condiciones de vulnerabilidad que viajan en caravanas migratorias o que las autoridades han detenido en su trayecto.
“Los reporteros se presentan como miembros de una empresa. Se conciben como una empresa, como una autoridad, y no como un ser humano. Ahí les cuesta crear vínculos con las personas. No se hacen un cuestionamiento para poder entender la historia con empatía, sino que quieren sustraer ciertas respuestas para quedar bien con el medio”, observa.
Debido a las condiciones tan peligrosas para los periodistas en México, Benjamín dice que es necesario saber dónde está el riesgo. Dice que si lo contactan para una cobertura arriesgada, es mejor dejarla pasar porque puede costar mucho al final.
“Hay que entender que en las zonas de riesgo no sólo se pone en peligro al fixer, también a las fuentes. El que moldea la historia eres tú; el que obtiene la fuente y explica al reportero lo que pasa eres tú; también el que obtiene los recursos visuales eres tú. Es necesario tener profesionalismo, porque después mienten para obtener mayor visibilidad de su trabajo. Caes en esa trampa de ser sensacionalista y alarmista”, dice.
Menciona que en ocasiones ha optado por el anonimato, ya que considera que así es más seguro para él.
“Sobre la violencia en la región, hasta ahora Chiapas tiene su zona de conflicto. Ahí evito meterme. Muchas veces he practicado la autocensura para protegerme. He practicado mucho el anonimato. El no querer llevarse los créditos también es una medida de seguridad”, comenta.
Le preocupa la normalización de la violencia contra periodistas, ya que es común que asesinen a un comunicador y que su muerte ni siquiera se destaque en los noticieros.
“La violencia va en incremento. Es porque la sociedad normaliza ciertos prejuicios; justifican o culpan las agresiones diciendo‘¿por qué se meten?’ o ‘no deberían meterse en esas cosas’”, manifiesta.
Compara la situación de los periodistas que trabajan en los pueblos pequeños con la de los maestros en las zonas rurales, donde ambos carecen de las condiciones y herramientas necesarias para hacer su trabajo pero son culpados por no hacerlo bien y la gente cree todas las mentiras que se publican en redes sociales acerca de ellos.
Benjamin recalca el mismo dicho que utilizan colegas en otros lugares peligrosos: “una nota no vale tu vida”.
Además, reconoce el valor de pertenecer a su familia y comunidad, y de contribuir con su periodismo a la sociedad.
Somos padres, esposos, esposas, madres, hijos e integrantes de una comunidad. Si ya no estamos, nosotros los reporteros que andamos en la calle, quien documentará esas historias? El viento se llevará estos relatos e imágenes.”