Vania Pigeonutt
La noche del 26 de septiembre de 2014, fuerzas de seguridad del estado en contubernio con el crimen organizado atacaron y secuestraron a 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa en Iguala, Guerrero. A casi 10 años, la trágica historia de esta desaparición forzada le ha dado la vuelta al mundo. Pero antes de que los reflectores internacionales se enfocaran en Guerrero, fueron los periodistas locales quienes informaron sobre lo ocurrido y, ya después, abrieron camino para que periodistas venidos de fuera pudieran comprender la magnitud de esta tragedia y la connivencia entre el crimen organizado y todos los niveles de gobierno.
Margena de la O es una de estas periodistas locales. Durante los últimos 17 años, ella ha informado desde Chilpancingo, capital de Guerrero, y se ha especializado en derechos humanos. Sus reportajes se han enfocado en diferentes eventos que se han convertido en noticia internacional. Guerrero, cuya población incluye un gran número de comunidades indígenas y afrodescendientes, cuenta con una larga historia de desapariciones forzadas, cuyos inicios se remontan a la década de 1960 cuando el ejército reprimía guerrillas y movimientos sociales en la entidad. El caso de Ayotzinapa destapó esa cloaca que parecía olvidada y expuso a un estado salpicado de fosas clandestinas que contienen los restos de miles de personas desaparecidas desde el inicio de la represión militar.
A su parecer, el tema de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa fue el detonante de la documentación periodística en su estado. A raíz de esa labor periodística es que se pone de manifiesto la importancia y el valor que tiene el trabajo del fixer, asegura Margena.
“Yo en realidad comencé a hacer un trabajo consciente de fixer en 2017. Es decir, hace muy poquito tiempo. Porque siempre que venían compañeros de otros lugares, particularmente de la Ciudad de México o del extranjero; siempre nos buscaban para conocer ciertas situaciones sobre todo cuando se hacían coberturas en momentos de crisis”, manifiesta.
La experimentada periodista dice que entre los reporteros trabajando en Chilpancingo y otras partes de Guerrero hay mucho compañerismo. Asegura que ella misma “era muy colaboradora” con los compañeros periodistas que llegaban de otros lados ofreciéndoles contactos; explicando la situación; dándoles una radiografía de ciertas zonas, o detallando el contexto de ciertos temas.
“Esto se llenó de periodistas de todo el mundo, no solo de México”, recuerda. “Me doy cuenta de que ser fixer es un trabajo profesional adicional y se suma a las precarias condiciones en las que trabajan y viven los periodistas, especialmente en zonas marginadas”.
Margena dice que a veces se aprende a ser fixer experimentando prácticas desleales de otros periodistas. Recuerda que en una ocasión, mientras ayudaba a algunos corresponsales extranjeros a conseguir y hacer entrevistas sobre los estudiantes de Ayotzinapa, fue subcontratada por otra fixer extranjera que, desde Ciudad de México, utilizaba los contactos y conocimiento de campo que ella le proporcionaba desde Guerrero para adjudicarse el crédito por ese trabajo.
Esto le enseñó que hay extranjeros que trabajan como fixers en México que usan la labor de los fixers locales para ganar dinero sin compartir sus ganancias con quienes les han ayudado. También hay aquellos que, literalmente, se roban ideas e historias. En una ocasión acompañó a unas periodistas de un medio nacional y les compartió una muy buena historia que no había podido realizar. Tiempo después, cuando leyó el trabajo que estas periodistas habían publicado, se dio cuenta de que muchos de los detalles del reportaje habían sido elementos de esa muy buena historia que ella les compartió.
“Si la gente supiera que gran parte (de la historia) es mía, porque era mi información, era mi conocimiento… y me dio mucho coraje después de ver ese texto porque yo dije: ‘si yo tuviera ese espacio en un medio nacional, estuviera esa historia ahí pero con mi nombre’”, cuenta.
Margena entendió que en tiempos de crisis muchos se aprovechaban de los periodistas locales para hacer su trabajo. Ella dice que, al final, todos estos periodistas foráneos estaban en contacto con periodistas que cubrían el tema todos los días y conocían de primera mano la situación.
“Tú les dabas el contexto y le decías no es que por aquí, es por allá. Ellos nada más lo que hacían era moldear el ángulo y aparte que venían, tenían espacios de mayor privilegio. Yo trabajaba en un medio estatal. Y aunque tenía alcance importante, no dejaba de ser un medio estatal, y yo estaba con la urgencia de que se supiera, de que saliera de Guerrero la información”, comparte.
Otra colega periodista en Guerrero, que pide anonimato y que la llamemos Luisa, señala las relaciones desiguales que se esconden en la cadena del fixer. Ella ha trabajado con colegas extranjeros, en su mayoría de Estados Unidos y Europa, pero sólo en muy pocos casos ha recibido un pago justo y puntual. Luisa trabaja en municipios como Chilapa, uno de los más peligrosos de Guerrero donde, según la Fiscalía estatal, dos grupos criminales se disputan el control de la localidad, provocando un marcado aumento en la violencia de género y la violencia política. El pueblo también vivió una serie de desapariciones forzadas en 2015. Debido a ese contexto, sus servicios de fixer son muy socorridos por periodistas que quieren producir historias allí.
Ella desearía no tener que regresar a hacer la misma historia muchas veces, pero al guiar a colegas extranjeros gana entre 150 y 250 dólares por día. En cambio, escribir una historia como colaborador independiente paga alrededor de 400 dólares. Es decir que, de acuerdo a ella, con solo dos o tres días trabajando como fixer gana lo mismo que publicando un artículo que le toma más de un mes.
Luisa señala que otra zona de alto riesgo es la Sierra de Guerrero, donde gran parte de la población de escasos recursos trabaja cosechando amapola. Ir a esa región a guiar a otros periodistas representa para Luisa un desafío. Tras numerosas coberturas en los pueblos de esta zona, ella cada vez se hace más visible ante los políticos y criminales locales.
Pero no sólo se trata de hacerse más visible en una zona de riesgo; también están los compromisos que ella asume con las personas que entrevista. Luisa se compromete de corazón con las víctimas y sus familiares cuando ayuda a otros periodistas a cubrir una historia. Ha habido ocasiones en las que ellos llegan a quejarse por qué cierto reportero o fotógrafo no cumplió su promesa de regresar, poniendo en riesgo su relación con las fuentes que ha cultivado a lo largo de su carrera periodística.
“Uno no sabe cobrar y no comprende las dimensiones de ser fixer. Son experiencias que te marcan y te enseñan más del estado, que es muy rico en tradiciones, en gastronomía; es deliciosa la comida guerrerense. También está el mezcal. Hay muchos productos poco aprovechados como el chilate…”, detalla.
Pero además de las malas experiencias, dice que trabajar como fixer también le ha permitido analizar su estado desde lo más profundo, desde sus raíces ligadas al México corrupto y pobre donde reina la impunidad. Sin embargo, se cuestiona sobre todo cuánto comparten los fixers con los corresponsales extranjeros.
“Es como si regaláramos todo el conocimiento que hemos adquirido de Guerrero y nuestra comprensión muy especializada”, dice.
Luisa dice que ser fixer es estar conectado con asesinos, sicarios, narcotraficantes y una realidad que va más allá de ellos.
“Si no aprendemos que este es el valor de ser fixer o productor local, creo que no solo estamos malbaratando nuestro trabajo, sino también dejamos un mal precedente en un contexto criminal, social y político de muchas carencias”.
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A Francisco Robles, quien ha trabajado como fixer primordialmente en su base de operaciones de Acapulco, hacer este trabajo le ha traído buenas y malas experiencias. Comparte con otros el sentimiento colectivo de que si ganara más como reportero gráfico cubriendo el tema del crimen —su verdadera pasión— no tendría que trabajar como fixer. Pero le gusta y ha aprendido mucho.
“Yo inicié en 2014 como apoyo para un compañero que sí había sido contratado como fixer. Comencé siendo el enlace entre el gobierno y un comunicador que venía de Estados Unidos y quería hacer una nota sobre la violencia en Acapulco. En ese año todavía se vivía una fuerte delincuencia entre grupos delictivos aquí en el puerto. La experiencia de ser fixer deja buenos recuerdos, pero también deja uno que otro mal recuerdo”, comenta.
Francisco ha trabajado con muchos medios de noticias internacionales de renombre. “Lo que normalmente piden son los temas de violencia, narcotráfico, cosecha de amapola, policías comunitarias y movimientos sociales. Recibo muy pocas solicitudes sobre el tema de turismo, porque Acapulco no es tendencia en el extranjero y los niveles de turismo son muy bajos. Actualmente, el grueso del turismo que visita este puerto es mexicano. Ya no hay turismo que venga del exterior”, detalla.
Recuerda cuando trabajó para un gran medio internacional cubriendo una historia sobre plantaciones de amapola, y al mismo tiempo los titulares de las noticias se centraban en los secuestros masivos y un capo criminal local de la Sierra de San Miguel Totolapan, un municipio ubicado en la región de Tierra Caliente.
“Después vino un medio [de Estados Unidos]. También vino un medio inglés. Vino una televisora de Países Bajos, otra de Italia. Después vino una televisora de Bélgica. Gracias a esto he podido sanar mis finanzas, porque la paga con ellos se refleja en dólares y te da una garantía, una ganancia, a comparación de lo que ganas aquí con un medio nacional”, comparte.
En Acapulco, la ciudad más grande de Guerrero, sus compañeros ganan entre 6,000 y 10,000 pesos al mes.
“Desde mi punto de vista, pagan muy poco teniendo en cuenta todos los riesgos que implica. Está bien si estás cubriendo un tema como la política o el entretenimiento, pero cuando tienes que cubrir la violencia, significa un gasto adicional o un recorte en tu cheque de pago porque los medios locales no cubren tus gastos si tienes que tomar un autobús o pagar la gasolina si usas tu auto”, asegura.
Francisco está muy enfocado en su labor de fixer. Pero cuando lo contratan de varios medios al mismo tiempo, aunque se beneficia económicamente, es un problema partirse en varios ‘Franciscos’ para poder cumplir como fotorreportero de un medio nacional y además colaborar con organizaciones internacionales como la agencia francesa Agence France-Presse (AFP).
Francisco menciona que uno de los peligros de ser fixer es que muchas veces se pierde el control de la información publicada y con ello la seguridad.
“Le pedimos a la persona del medio extranjero tapar algunos nombres y caras. Pero cuando salió al aire o a la televisión abierta, resulta que no lo hicieron. Te deja un mal sabor de boca porque quedas mal con la fuente y después te puede generar un conflicto con ellos, con las fuentes, por ponerlas en riesgo”, puntualiza.