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    Raul

    Vania Pigeonutt

    La escena criminal en México cobró relevancia en la prensa extranjera durante el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa —al inicio de lo que el ex presidente nombró como “la guerra contra el narcotráfico”. Los periodistas locales documentaron cómo el país se convertía en escenario de masacres, narcotúneles, fosas clandestinas, desapariciones forzadas, desplazamientos, feminicidios, muertes violentas y otros crímenes de lesa humanidad.

    Desde diciembre de 2006, cuando más de siete mil soldados llegaron a Michoacán para combatir al crimen organizado, inició un trabajo periodístico que se ha prolongado por más de 16 años y en el que 137 comunicadores han sido asesinados.

    Periodistas, sobre todo extranjeros, se interesaron en cubrir la violencia en México y empezaron a contratar reporteros locales para que fueran sus fixers y los guiarán en el terreno, ayudando a explicar y contextualizar los temas.

    Fixer es el título que se da a la persona que organiza la cobertura; es decir, que se encarga de resolver, arreglar, conseguir los accesos, agendar entrevistas con las fuentes, marcar las pautas de los enfoques, los límites y los actores de los grandes reportajes e investigaciones internacionales. La mayoría de las veces el o la fixer no recibe ningún reconocimiento en los trabajos publicados.

    Estos periodistas extranjeros han querido realizar reportajes sobre los feminicidios de mujeres en Ciudad Juárez, los secuestros de migrantes en su ruta hacia Estados Unidos y las desapariciones forzadas ejecutadas en contubernio entre autoridades de todos los niveles de gobierno y grupos criminales, como es el caso de los 43 estudiantes de Ayotzinapa ocurrido el 26 de septiembre de 2014.

    Periodistas de Estados Unidos, Europa y Asia han llegado a México siguiendo los reportes de asesinatos en el mundialmente reconocido destino turístico de Acapulco, Guerrero, los enfrentamientos entre organizaciones delictivas rivales, las imágenes tétricas de personas hechas pedazos, de cabezas humanas arrojadas al interior de centros nocturnos, de hombres colgados en puentes o las amenazas contra policías locales que se dejan en zonas donde ha ocurrido un crimen.

    Es así que la historia del fixer en México camina de la mano con la violencia, la precariedad laboral y la necesidad de contar al exterior lo que pasa en un país en el que se apilan muertos y desaparecidos.

    México además es el país más letal para los periodistas en el mundo sin estar en guerra, y uno donde los comunicadores trabajan mucho pero ganan poco dinero.

    El término fixer, el arreglador, en su traducción al español, se había utilizado en escenarios bélicos como la guerra de los Balcanes o en zonas de conflicto como la pugna entre pandillas en América Central. Pese a su complejidad, no existen tarifas homogéneas establecidas por día ni por región para esta labor.

    De acuerdo a los periodistas que Frontline Freelance México entrevistó, fue entre los años 2006 y 2007 que en el contexto mexicano emergió la labor de los fixers: aquellos que, por ejemplo, iban en pos de conseguir la entrevista con un sicario enmascarado o los que buscaban a campesinos que les permitieran documentar el proceso del cultivo de amapola. No hay que olvidar que la o el fixer también trabaja como chofer, coordinador de logística, tramitador de permisos y accesos, intérprete y muchas otras cosas más.

    Los pioneros de esta actividad en México trabajan en lugares como Tijuana, Baja California; Matamoros, Tamaulipas; o Ciudad Juárez, Chihuahua, ciudades fronterizas donde se mezclan la migración y la violencia. Otros veteranos de la profesión también laboran en estados del sur del país como Guerrero, Oaxaca y Chiapas, entidades que además de presentar una alta incidencia delictiva, comparten características como elevados niveles de pobreza y marginación, así como un gran número de población indígena.

    Para 2008, en un México con militares en las calles, no había capital en el norte del país en donde no hubiese diferentes tipos de violencia: extorsiones, secuestros, feminicidios, homicidios dolosos, narcomenudeo y una pugna entre grupos rivales del narcotráfico. Todo esto ocurría ante un panorama de impunidad y violencia política que luego se fue esparciendo al resto del país.

    El gremio periodístico no estuvo exento de vivir las consecuencias de esta guerra contra la población. Nos volvimos noticia. Los ataques a las redacciones, actos que los gobiernos estatales siempre achacaban al crimen organizado, empezaron a ser cada vez más frecuentes.

    En Ciudad Juárez la violencia contra periodistas cobró una víctima el 13 de noviembre de 2008. La mañana de ese día Armando Rodríguez Carreón, “El Choco”, reconocido reportero de la fuente policiaca del periódico El Diario, fue baleado en su auto cuando se disponía a llevar a sus hijos a la escuela.

    Artículo 19, organización internacional defensora de las libertades de expresión y prensa, ha documentado el asesinato de 162 periodistas en México entre el año 2000 y septiembre de 2023.

    Los periodistas hemos denunciado que los mismos políticos se aliaron con criminales para atacarnos o eran ellos mismos miembros o líderes de organizaciones delictivas. Los intereses se revolvían y lo legal se beneficiaba de lo ilegal. Un ejemplo claro es la política que emplea la violencia para ganar territorio con diputaciones locales y alcaldías.

    En 2010, un grupo armado disparó contra las instalaciones del periódico regional El Sur en Acapulco, donde la estrategia bélica encabezada por el Ejército sólo provocó más desapariciones y hechos de violencia.

    Los ataques y el hostigamiento no sólo se miden por el número de muertos y desaparecidos. También está la frecuencia con la que la violencia afecta al gremio.

    Cuando terminó el sexenio de Enrique Peña Nieto en 2018, había ataques contra la prensa cada 24 horas, de acuerdo a Artículo 19. Tras el cambio de gobierno, estos aumentaron, con un ataque contra periodistas cada 14 horas, según muestran los datos más recientes (2021) de la organización.

    México se ubicó dentro de los primeros 10 países más impunes en el mundo en el más reciente Índice Global de Impunidad del Comité de Protección a Periodistas (CPJ), publicado en 2022. El comité destacó que México “es uno de los casos más atroces” dado que el organismo ha documentado “28 asesinatos de periodistas sin resolver allí en los últimos 10 años, la mayor cantidad en cualquier país del índice y el más peligroso del hemisferio occidental para los periodistas”.

    El CPJ explica que su Índice de Impunidad Global calcula el número de asesinatos no resueltos de periodistas como un porcentaje en relación con la población de cada país.  

    Además, la pandemia de COVID-19 agudizó la precariedad de los colegas: al menos 32 periodistas han muerto por la enfermedad y a muchos les disminuyeron el salario.

    De acuerdo a cifras de la Secretaría de Gobernación, entre 2007 y 2022  fueron asesinadas  más de 330 mil personas en todo el país; también se estima que unas 100 mil personas más están desaparecidas desde 1964. En los últimos 15 años, el trabajo periodístico, ya sea para un medio  local o como fixer para producciones de fuera, documentó el descubrimiento de fosas clandestinas y la desaparición forzada de personas como una estrategia de terror.

    Mientras que el discurso oficial instaurado hace 15 años indica que la violencia se debe al enfrentamiento del Estado y los grupos delictivos, ver el territorio  desde una perspectiva local revela que son muchas más las capas en las que hay que adentrarse para entender la complejidad violencia del país y cómo se gobiernan los pueblos. En medio de todo esto encontramos a periodistas, fixers y productores locales.

    Para colegas como Félix Márquez en Veracruz, Teresa Montaño en el Estado de México, Luis Daniel Nava en la Montaña baja de Guerrero o Lenin Mosso en la región indígena de ese mismo estado, hacer periodismo y trabajar guiando a periodistas foráneos es caminar en terrenos peligrosos. Todos ellos aseguran que cuando trabajan para alguien más el riesgo se vive al doble porque el fixer vive en el lugar donde se centra el reportaje.

    Aunado a esto, estos fixers no tienen voz en la decisión del ángulo de la historia, de las palabras que se imprimirán en el periódico, de las imágenes que reproducirá la televisora. Si un rostro o nombre se revela aún cuando los reporteros extranjeros prometen respetar el anonimato, los reporteros locales y los fixers son los que sufrirán las consecuencias. Lo mismo ocurre si a las fuentes no les gustan los encabezados o la narrativa de la historia en general.

    Félix Márquez dimensiona el por qué es más difícil vivir en el territorio. Un compañero de quien aprendió hace más de una década a cubrir la nota policiaca tuvo que exiliarse luego de que asesinaron a su familia. Vivir en una región con altos índices de violencia extiende el riesgo a tus seres queridos, exponiendo a más gente que no tiene idea de lo compenetrado que estás en algún tema. Incluso, el mismo Félix abandonó el país por un tiempo despues del asesinato de su colega fotoperiodista Rubén Espinosa en 2015.

    Pero él también opina que sin los periodistas locales el trabajo de colegas foráneos no tendría el mismo impacto. “Ni sería fácil reportearlo en un estado como Veracruz, con la parte de violencia, con el territorio que tenemos, con una orografía complicada, con mucha efervescencia entre municipio y municipio que están a cinco minutos uno del otro”, dice Felíx. Además cuestiona por qué si sus servicios son tan claves en las investigaciones sus nombres no aparecen en los créditos. “Este conocimiento sí debe tener un reconocimiento autoral al igual que económico”, agrega este periodista veracruzano.

    ***

    Disgregando el quehacer de un fixer

    En palabras de Jorge Nieto, un periodista y productor de campo que se inició como fixer en 2007 en Tijuana, Baja California, la definición de la actividad remite a los sentidos: el fixer es la vista, el oído, la intuición de vivir el tema a flor de piel para ofrecerle a periodistas ajenos nuestro contexto y acceso a una comunidad o ciudad determinada.

    Jorge dice: “un fixer también es el encargado de ayudar a conseguir hospedaje, alimentación, transporte; y debe tener la habilidad de responder a problemas técnicos; debe solucionar, tener los contactos de emergencia, de seguridad, de los encargados de ciertas áreas sobre todo cuando estás trabajando temas de seguridad”.

    El experimentado fixer también cree que cuando el periodista o guía local ofrece conocimiento de campo, sugerencias editoriales, posibles entrevistas, enfoques para el reportaje, pasa de ser “el arreglador” a ser productor de campo o productor asociado.

    Un fixer repara cosas, situaciones, problemas y también busca prevenir riesgos para periodistas extranjeros. Un productor local de campo, además, contribuye activamente en la historia que se va a contar.

    Jorge recuerda que empezó a guiar a colegas extranjeros, un gran porcentaje provenientes de Estados Unidos, en el 2006. Con el inicio de la guerra contra las drogas, el gobierno implementó dispositivos de seguridad como el Operativo Chihuahua o, en su ciudad, el Operativo Tijuana.

    Fue a partir del inicio del despliegue militar en las calles del país en 2006 que aumentaron las violaciones a los derechos humanos. En Tijuana, a Jorge le tocó cubrir balaceras a plena luz del día, mientras convoyes de policías, militares, escoltas de presuntos líderes del crimen organizado y miembros de cárteles circulaban por la ciudad portando armas con desfachatez.

    “Parecía que en Tijuana no había ningún tipo de control”, asegura.

    Esa misma violencia atraía a los corresponsales. Pero, a su juicio, esos periodistas extranjeros venían queriéndose enfocar mucho en los clichés porque es lo que más vende.

    “Hay veces que piensan que van a ver niños con ametralladoras en las esquinas; así la imagen de película que tienen. Donde sí, México y Tijuana tienen un contexto grave de violencia, pero que no necesariamente se tienen que contar desde el número de asesinatos y ejecutados, sino también desde la narrativa y complejidad del gran número de actores involucrados. De los problemas que hay por la mezcla de la interculturalidad de la frontera, por ser paso fronterizo, por tener poco arraigo; muchos más factores, no solo que haya gente armada”.

    Cuando le pidieron conseguir acceso a un narcotúnel, él se negó reconociendo el gran riesgo que se presentaba ese trabajo. En cambio, lo que sí consiguió fue acceso a un cargamento de 250 kilos de cocaína para una producción Australiana. Aunque por un momento se arrepintió, pues llegó a pensar lo que le pasaría si se presentaba una situación de riesgo en el que las embajadas de los colegas extranjeros tuvieran que intervenir para rescatar a sus ciudadanos pero no a él que era el único mexicano en esa peligrosa producción. Buscando cierta protección, a veces ha pedido que no se le de crédito en la publicación, poniendo de lado su ego o reputación en la industria.

    Su compañera Mariana Martínez Esténs también trabaja como periodista y productora local de campo en la región fronteriza de Tijuana y San Diego. Al igual que Jorge, cuenta con más de 20 años de experiencia cubriendo esta zona binacional para varios medios internacionales.

    Su libro “Inside People: Historias desde la reclusión” se enfoca en el trabajo que ha realizado dentro de las cárceles mexicanas. Es de los pocos documentos que exponen la precariedad en la que trabajamos los periodistas y, también, aborda las condiciones en que trabajan los fixers. 

    En el texto, Mariana plantea que si las relaciones con los medios que los emplean no son equilibradas y con parámetros claros, se tornan en relaciones coloniales que terminan siendo más violentas para los periodistas locales. Mariana se opone a las prácticas que invisibilizan el trabajo de un periodista local una vez que es contratado por un colega o medio de comunicación. No es justo, dice, porque los periodistas que trabajan para medios locales en casi cualquier región del país deben, además, trabajar en más de tres lugares para completar un ingreso apenas adecuado.

    Si bien ser fixer ofrece la oportunidad de una mejor remuneración—en ocasiones más de 200 dólares al día—también su trabajo, que muchas veces consiste en arriesgar la vida, merece reconocimiento.

    Muchas veces los fixers tienen muy bien ubicados temas de gran impacto pero carecen de tiempo o recursos suficientes para desarrollarlos. Cuando una periodista foránea quiere investigar sobre uno de estos temas, colabora con la periodista local sin darle el reconocimiento que merece.

    Con o sin reconocimiento, la vida de los y las periodistas mexicanas siempre está en riesgo.

    El asesinato del fotógrafo, reportero y fixer Margarito Martínez Esquivel ocurrido el 10 de enero de 2021 en Tijuana ilustra el nivel de violencia que enfrentan los periodistas. Conocido entre sus colegas como el 4X4 porque su intrepidez lo hacía un periodista “todo terreno”, Margarito cubría temas policiales y de seguridad.

    Margarito, que trabajó como fotoperiodista y fixer para medios internacionales como la BBC, The San Diego Union-Tribune y Los Ángeles Times, fue asesinado afuera de su casa de tres disparos pese a haber denunciado amenazas en su contra y haber solicitado que se le integrara a un programa gubernamental de protección. Pero el Estado no lo protegió.

    Por eso las condiciones de quienes trabajamos como fixers deben mejorar. No sólo corremos riesgo de ser asesinados, sino que la precariedad de nuestras condiciones laborales nos orilla a aceptar asignaciones peligrosas para medios foráneos por la mayor remuneración económica que esto representa.

    Mariana señala que: “conforme en México se empezó a incendiar la cosa, a hacerse más peligrosa, los medios internacionales sólo mandaban a sus corresponsales si tenían a alguien como periodista local que fuera su guía; entonces se empezó a acuñar el término fixer”.

    Con la escalada de violencia que vivió esa frontera entre los años 2006 y 2008, periodistas internacionales buscaron como fixers a colegas locales que colaboraban para agencias internacionales noticiosas como la Associated Press o Reuters, o para medios importantes en México como Reforma o el Semanario Zeta.

    “Nos invitaban un café: nosotros, ávidos de atención, les pasábamos contactos, les decíamos cómo hacerlo, teníamos afán de ayudar. Pero luego resultó que era un trabajo”, indica Mariana.

    Ella se siente afortunada de haber sido traductora de periodistas que habían cubierto guerras o trabajado en Centroamérica, escenarios en los que era importante que el trabajo del periodista fuera pagado y reconocido. Recuerda que fueron estos corresponsales extranjeros quienes le dijeron que debía cobrar por su labor de aconsejar y guiar a otros periodistas. De ahí que ella esté en contra del uso del término fixer, ya que un periodista en campo trabaja demasiado para facilitarle la labor a un colega que sólo llega por pocos días como un “paracaidista”.

    Mariana opina que la cuestión de las relaciones coloniales y verticales que terminan por afectar al fixer debe ser resuelta por todos los que en algún momento planean contratar a un periodista o guía local. Además detalla que estos periodistas foráneos deben ser conscientes del contexto y el lugar dónde requieren ayuda, de que las personas que les auxilian viven en el lugar de los hechos y que, con esa ayuda, sus trabajos pueden llegar a ser galardonados en sus países de origen.

    Relaciones asimétricas

    En 2016, el Global Reporting Center publicó el estudio “Fixer, la relación entre el periodista y el mediador: una mirada crítica hacia el desarrollo de mejores prácticas en el periodismo global”, en el que detalla la relación entre los corresponsales extranjeros y los fixers, quienes suelen ser reporteros locales.

    El documento incluye una encuesta anónima en la que participaron 450 personas que trabajan en periodismo en 71 países. El sondeo revela que el 60 por ciento de los participantes no ha obtenido créditos en los medios para los que ha trabajado como fixer, mientras el 86 por ciento dijo estar interesado en que su nombre aparezca en los trabajos que se publican.

    Para nuestro micrositio, Fixing Journalism, fueron entrevistados 35 colegas de los estados de Baja California, Chiapas, Chihuahua, Ciudad de México, Coahuila, Estado de México, Guanajuato, Guerrero, Nuevo León, Oaxaca, San Luis Potosí, Sinaloa, Tamaulipas, Veracruz y Yucatán; todos coincidieron que obtener créditos es importante para desempeñar su labor, a menos que el periodista opte por el anonimato para resguardar su seguridad.

    Todos los y las que respondieron a la encuesta han trabajado como fixers para mejorar sus ingresos. Han ganado desde 75 hasta 500 dólares al día. Los salarios más bajos son los que perciben periodistas que sólo trabajan como reporteros en estados como Oaxaca, Chiapas y Guerrero—en algunos casos de cinco dólares al día—, mientras en estados del norte como Chihuahua, Sinaloa y Baja California pueden llegar a 20 dólares por día.

    La fundadora de Frontline Freelance México, Andalusia K. Soloff, una periodista multimedia estadounidense radicada en Ciudad de México que se especializa en violencia estatal, migración, luchas indígenas por la tierra y violencia de género en América Latina, considera que las relaciones entre quienes contratan a un fixer y el fixer deben ser equilibradas. En su experiencia ha tenido aprendizajes positivos trabajando cómo fixer.

    “Ser fixer ha sido tanto bueno como malo. Cuando no tienes mucha experiencia siendo periodista se puede aprender mucho de periodistas experimentados: ángulos, cómo se mueven, que porque trabajan en medios de más alto perfil pueden acceder a entrevistas mucho más importantes que cuando trabajas para medios desconocidos”, considera.

    Aunque el término fixer no es denigrante en absoluto, en ocasiones sí se ha empleado para degradar la labor que uno realiza en la producción de contenidos noticiosos o de entretenimiento. Fixer no es un término que haga justicia a todo el trabajo que esta persona realiza porque “no es [un término] que abarque todo al trabajo que hacemos. Es un término que no reconoce nuestro valor periodístico”, precisa la periodista.

    Andalusia, quien es co-coordinadora de Fixing Journalism y ha impartido talleres a periodistas para inculcar la noción sobre el pago justo por su trabajo, indica que no todos los medios dan crédito a los fixers. Ella dice que para muchos medios el fixer es “el último eslabón de la cadena; que no tenemos mucha injerencia y que sólo hemos tenido que obedecer o (sino) perder el trabajo”.

    Ella destaca que las desiguales relaciones de poder que se generan en este contexto dan como resultado varios problemas. Lo que ella ha notado es que los medios internacionales que viajan de todas partes del mundo a México muchas veces omiten dar justo reconocimiento a quienes les facilitan el trabajo de campo, fallan en pagar adecuadamente o exponen la seguridad de los periodistas que contratan.

    Inclusive, los fixers deben también asegurarse de que las historias que se producen desde sus lugares de trabajo no se pierdan en las fantasías de los periodistas extranjeros, muchos de los cuales llegan con ímpetu de abordar los fenómenos de violencia o de las culturas indígenas como si fueran temas exóticos. Un ejemplo de esto son los ángulos que muchos extranjeros tienen en mente al explicar un estado. En Sinaloa, por ejemplo, muchos periodistas solamente se han querido enfocar en el impacto del Cártel de Sinaloa sin verdaderamente adentrarse y explicar que el tráfico de drogas trasmina, de una u otra forma, a toda la sociedad mexicana.

    “Una de las cosas que me preocupan mucho son los premios. Una cosa es cuando uno como periodista hace trabajo con pasión, por el cambio social, porque con tu trabajo difundes historias importantes más allá de los premios. Sin embargo, estos ayudan a conocer temas, visibilizan problemáticas. Los premios ayudan mucho. Dan un prestigio alto a los periodistas, y es muy grave que cuando somos productores o fixers no nos incluyen en los premios”, opina Andalusia.

    Alicia Fernández, quien junto a Andalusia es co-coordinadora de Fixing Journalism, es periodista visual y productora independiente en Ciudad Juárez, Chihuahua, solía trabajar como fixer. Ahora trabaja como productora de campo y colabora con medios internacionales, periodistas independientes e investigadores. Alicia es una de las precursoras de esta profesión en la frontera Juárez – El Paso.

    Convertirse en fixer en el 2009 representó crecimiento; la sacó de un entorno sombrío que había envuelto al periodismo de su frontera natal en ese momento. En 2010, su labor era documentar “muertes y más muertes”. Su trabajo fotográfico estaba sumergido en el crimen y la violencia que azotaban a su ciudad. Eran vivencias que la montaban en una montaña rusa de emociones, donde la adrenalina de pronto se disparaba mientras ella se adentraba más en la tristeza y la tragedia de cubrir el conflicto en Ciudad Juárez. Así que conocer otras perspectivas periodísticas expandió sus horizontes.

    Hacer diarismo y cubrir la nota roja en un lugar como Ciudad Juárez implicaba trabajar por las noches exponiéndose a los peligros que esto conlleva. Los medios nunca han invertido en capacitar a sus reporteros para realizar este tipo de coberturas. Han sido ellos quienes de manera autogestiva han luchado por capacitarse para cubrir balaceras, para saber cómo proteger sus equipos fotográficos e, incluso, para establecer protocolos en las calles para que el trabajo se logrará de la manera más segura, pese a la falta de condiciones para en verdad hacerlo.

    Alicia ha trabajado con fotógrafos galardonados y reconocidos mundialmente —como Ron Haviv—, así como con producciones enfocadas en los derechos humanos. Estas experiencias fortalecieron su mirada fotográfica y su evolución como productora.

    “Para mí era una oportunidad de aprender de todos porque eran grandes personas”.

    Alicia ya era periodista cuando comenzó a ser fixer, y aprovechó la oportunidad. Para ella no sólo se trataba de poder trabajar con grandes fotógrafos, sino que también cobraba tarifas justas. Además, ella les consultaba para poder aprender más, saber cuáles eran sus perspectivas y metodologías para trabajar y viajar por el mundo.

    Por su parte, la periodista Melva Frutos, decana de la profesión en Monterrey, Nuevo León, señala que es importante reconocer que el ser periodista, mujer, madre y fixer añade niveles de complejidad a la profesión. Ella, que también ha sido fixer y ha cubierto temas de seguridad, migración, política y libertad de expresión, puntualiza que los pagos deben ser mejor regulados y que idealmente debiera existir un tabulador.

    Se ha desempeñado como fixer y periodista independiente en muchos de los estados del norte, entre ellos Coahuila y Tamaulipas. Esos trabajos han incluído largos trayectos en carretera que le hicieron pensar y preocuparse por los riesgos adicionales de ser mujer y mamá. Ella ha desarrollado sus propias herramientas de seguridad, “desde que empecé a hacerlo siempre he tenido un sistema de monitoreo con otros colegas y siempre me he contactado con colegas de la ciudad a la que voy para tener un ancla allá, por decirlo de alguna manera”, agrega Melva.

    ***

    Relaciones coloniales, territorio indígena y seguridad

    Lenin Mosso es un comunicador Mè’ phàà que trabaja en la región indígena de la Montaña de Guerrero, un territorio multicultural, donde conviven pueblos originarios como el Ñuu Savi, Mè’ phàà y Ñomda’a.

    Mosso afirma que deben considerarse tanto el contexto cultural como las condiciones de seguridad en las que trabajan los periodistas locales. Al igual que muchos otros colegas en el resto del país, Lenin ha tenido malas experiencias cuando ha sido contratado por periodistas venidos de fuera: no le han pagado, cubren tradiciones locales con morbo o le piden entrevistas que ponen en riesgo a él y a su familia en la ciudad de Tlapa, donde vive. Se inició como fixer para difundir su cultura, pero con el tiempo, después de que en Iguala ocurriera la desaparición forzada de 43 estudiantes de la escuela normal rural de Ayotzinapa en 2014, todo se enfocó en el tráfico de drogas y la violencia.

    “Todo el mundo me empezó a buscar por temas de violencia, narco y amapola. Ya hasta le llamamos ‘amapola tour’ porque todo el mundo venía casi casi a turistear”, recuerda Lenin. 

    El estado de Guerrero es el mayor productor de amapola en México, llegando a cosechar el 44 por ciento de la producción nacional. Esto ubica a México, además, como uno de los productores de opio más importantes a nivel mundial, sólo después de países como Afganistán y Myanmar.

    Al inicio le gustaba que en un día podía ganar seis o siete mil pesos, algo que en otros trabajos ganaba en un mes entero. Pero poco a poco su trabajo se transformó.

    “Me fui involucrando en los peligrosos temas de crimen y violencia, que ya no estaba tan chido porque puede generar problemas en mí, de seguridad y no vivir tranquilo. Todo esto te deja estrés postraumático. Después de cada chamba andaba así alocado, pensando en lo que podía pasar”, señala Lenin.

    Una de sus malas experiencias fue al realizar una historia en Filo de Caballos, población en la Sierra de Guerrero conocida por los desplazamientos forzados internos y siembra de amapola. La gente entrevistada pidió que no salieran sus rostros, sin embargo sus caras aparecieron en el producto final.

    “Lo peor ha sido quedar mal con las familias que confiaron en mí y se rompió esa confianza; porque no censuraron su rostro, su nombre o vulneraron su pueblo. Eso es lo que a mí más me duele, más que el problema de inseguridad, pero el tema de dejar mal con el convenio o la palabra de una familia pesa más”, comenta el periodista guerrerense.

    Alguna vez él llegó a creer en el poder del periodismo para provocar un cambio social, pero poco a poco perdió esa esperanza al ver que muchos de los reportajes se trataban más de un tema de adrenalina y morbo. Pero eso no quiere decir que Lenin se ha alejado de documentar la realidad de las comunidades en la montaña de Guerrero; simplemente su labor se ha transformado. Ahora se enfoca más en ser fotógrafo documental en vez de fixer, aprovechando lo aprendido en todos estos años “arreglándole” a otros sus reportajes.

    “Me fijaba en su imagen, en su ángulo, en su encuadre, en su manera de tejer las historias y eso es lo que más rescato de ese mundo”, asegura.

    Las relaciones de los fixers con sus clientes deben tomar en cuenta el contexto de una comunidad, especialmente si los fixers pertenecen a la misma comunidad indigena donde se realizan las historias. Roselia Chaca, una periodista zapoteca con más de 20 años de experiencia trabajando en el Istmo de Tehuantepec, la región indígena más tradicional y grande de Oaxaca, dice que en las contadas ocasiones que se ha desempeñado como fixer los periodistas y productores foráneos se han aprovechado de la comunidad.

    En la región del Istmo hay mucho interés en la gente Muxe, personas que se identifican como un tercer género. Su cultura ha llamado la atención de documentalistas y periodistas de todo el mundo. Roselia empezó a ser fixer hace 15 años sin saber que ese era trabajo remunerado. Muchas veces los periodistas foráneos prometían pagarle, pero ese dinero nunca llegó, afirma la periodista zapoteca.

    Rosalia siente que la realidad de su región y de la gente que ahí vive es demasiado compleja para entenderla en dos o tres días, que es lo que normalmente dura la visita de la mayoría de periodistas extranjeros al Istmo. Incluso, relata que en una ocasión unos periodistas se hicieron pasar por antropólogos con el fin de poder entrevistar a la gente Muxe que se había negado a dar entrevistas a medios de comunicación. Por eso ya ha tomado una postura al respecto.

    “Yo me niego a llevarlos (con personas Muxe) y, de alguna forma, vender este tema. Siento que es como vender parte de mi cultura solo por morbo”, afirma.

    También le preocupa que las producciones extranjeras extraigan su cultura para replicarla y venderla. Las comunidades zapotecas, por ejemplo, tienen una larga tradición de telar y bordado, y ya se han visto casos en los que marcas de alta moda han robado diseños de comunidades indígenas en Oaxaca, asegura.

    “He tenido malas experiencias de apropiación cultural. Me pongo a pensar en cuánto expongo a gente de las comunidades actuando de buena fe. Ahora exijo un documento [a mis clientes] donde me expliquen, que haya un contrato de por medio donde revise bien el alcance del proyecto, los beneficios para la gente”, considera la periodista oaxaqueña. También reconoce que a veces las producciones pagan para documentar a las personas Muxes o a las tejedoras y, aprovechándose de su necesidad económica, hacen lo que ella llama “un saqueo de conocimiento y un saqueo cultural”.

    Al igual que a Lenin, el periodista guerrerense, le preocupa que la gente confíe en ella por su trabajo previo, por hablar su mismo idioma y por pertenecer al mismo pueblo indigena, y que los periodistas extranjeros se aprovechan de esa confianza y publican reportajes con una narrativa que no le parece justa.

    ***

    Conclusiones

    Todas y todos los periodistas entrevistados coinciden en que dado a que el trabajo de los fixers en México va de la mano de la precariedad, las historias que aquí se presentan deben reivindicar al periodismo. ¿Cuántas de las crónicas y relatos que vemos en diferentes formatos, series de televisión, películas en boga se las debemos a un periodista fixer?

    En este sitio web mostramos un recorrido por el país a través del trabajo de los compañeros que han cubierto, por encima de su salud física, mental y emocional, bajo pésimas condiciones laborales y salariales, la geografía violenta en la que se ha convertido México. Con ustedes, los fixers.

    Vania Pigeonutt

    Félix Márquez, fotoperiodista con 15 años de experiencia, ha forjado su carrera en informativos locales que producen noticias en medio de la incesante violencia que se apoderó del estado de Veracruz desde el año 2000.

    Por más de dos décadas, esta violencia ha acechado a reporteras y reporteros veracruzanos que realizan su labor en el estado más letal para las y los periodistas. La organización defensora de la libertad de prensa Artículo 19 ha registrado el asesinato de por lo menos 33 comunicadores entre los años 2000 y 2023. La agrupación también reporta a ocho periodistas desaparecidos en el mismo periodo.   

    Entre los asesinatos más recientes de periodistas veracruzanos se cuentan los de José Luis Arenas Gamboa, Yessenia Mollinedo Falconi, Sheila Johana García Olivera y Pedro Pablo Kumul, todos ocurridos en 2022. 

    A la par de esta violencia, el fotoperiodista Márquez ha desarrollado una carrera de 13 años como fixer para reporteros, en su mayoría extranjeros; también se ha desempeñado como productor local de campo para producciones cinematográficas.

    Pero la violencia no es el único problema con el que Félix ha tenido que lidiar. Él y sus colegas en otros medios locales se enfrentan a diario a la realidad de los bajos salarios.

    Esta precarización laboral provocó que en los últimos cinco años Félix se enfocara más en su trabajo de fixer. Pero esto no le ha hecho dejar sus proyectos personales como “Vestigios”, una recopilación de retratos de objetos recuperados por las familias de siete periodistas asesinados durante la última década en Veracruz.

    En un inicio, Félix no cobraba por sus servicios de fixer, pero ahora tiene tarifas fijas que varían según lo que busquen los reporteros que llegan a Veracruz. Los temas de inseguridad, enfrentamientos y las secuelas de la violencia son los que más interesan a estos periodistas, pero también son los de más alto riesgo porque implica adentrarse en zonas peligrosas.  

    Félix realizó sus primeros trabajos como fixer durante la gubernatura de Javier Duarte de Ochoa entre 2010 y 2016, periodo que, de acuerdo a datos de Artículo 19, fue el más letal para la prensa en Veracruz: 18 periodistas asesinados y cuatro más desaparecidos.

    El listado incluye el asesinato del fotoperiodista Rubén Espinosa ocurrido en Ciudad de México el 31 de julio de 2015, tan sólo a unas semanas de que salió huyendo del acoso y el hostigamiento que vivía en Veracruz.

    Duarte de Ochoa ahora purga una condena de nueve años por los delitos de operaciones con recursos de procedencia ilícita y asociación delictuosa, pero no por alguno de los 18 reporteros y reporteras asesinados durante su sexenio. Esto pese a que está documentada toda la violencia que Duarte ejerció contra la prensa durante su mandato.

    ​​De acuerdo a una investigación de la reportera Norma Trujillo, entre los años 2010 y 2016, periodistas de todo Veracruz interpusieron 273 denuncias por amenazas, robo, lesiones, abuso de autoridad, desaparición de personas, extorsión, daños y difamación.

    Félix recuerda que durante esos mismos años él no cobraba por sus servicios porque creía que eso le ayudaría a generar conexiones y crear una red que le ayudaría en caso de necesitar colaborar como fotógrafo con otros medios.

    “Después me di cuenta de que estaba regalando mi trabajo, mi conocimiento, mi experiencia. Además de que algunos medios tienen presupuesto contemplado para eso”, indica.

    Sin exigir compensación alguna, Félix coordinó coberturas en zonas de riesgos -donde llegó a haber enfrentamientos violentos- o en eventos del entonces gobernador Javier Duarte de Ochoa en los que llegó a ser cuestionado sobre los crímenes contra la prensa en Veracruz.

    Su primer trabajo remunerado fue en un reportaje sobre desaparición en las colinas de Santa Catalina, tema que ya había cubierto ampliamente como fotógrafo.

    “Recuerdo una cobertura que hice como fixer para [un periódico francés] de varios temas en el estado: violencia, migración, ingobernabilidad y política. Esa cobertura fue una de las más complicadas porque gestionar cinco temas es mucho más complicado. Afortunadamente salió bien el trabajo y hubo una muy buena paga”, comparte.

    Ahora, ya con más conocimiento de la industria periodística, Félix cobra de entre 100 a 400 dólares por día. Explica que su tarifa depende de lo que busquen los reporteros. Sin embargo, su prioridad es ofrecer a estos corresponsales su trabajo de fotógrafo pues prefiere realizar su verdadera pasión detrás de la cámara y no tanto servir de guía a otros periodistas.   

    Esto le ha funcionado, pues algunos medios extranjeros han aceptado su propuesta.

    “Yo siempre ofrezco paquetes cuando soy fixer o productor. Ofrezco lo más básico que es conseguir contactos y estar vía telefónica. Por esto, intento no cobrar menos de 150 por día. Pero muchas veces porque son contactos no puedes cobrar por día, entonces les contacto y agendo sus citas por tanto (dinero), dependiendo de cuántas sean. Si son dos o tres, pues en un día sale”, cuenta.

    El trabajo de fixer que Félix realiza consiste en establecer contactos con las fuentes, acordar las entrevistas, acompañarlos a los lugares de los hechos, establecer protocolos de seguridad, manejar, hacer reporteo previo o, incluso, reportear las historias.

    Tamara Corro tiene 20 años como reportera en una de las regiones más violentas de Veracruz: Coatzacoalcos. A pesar de su amplia experiencia, ella se ha desempeñado como fixer en contadas ocasiones.

    Entendiendo que son funciones bastante similares, Tamara asegura que en Veracruz tanto fixers como periodistas se encuentran en un estado de completa indefensión. Asegura que quienes realizan esta labor enfrentan inseguridad, corren riesgos constantemente y no reciben créditos ni pagos justos por su trabajo.

    “Una de las medidas que tomamos es que no le hacemos a los héroes. Cubrimos hasta donde estemos seguros. Y sí, nos gusta, como parte del trabajo, aventarnos a todo, pero sí es necesario tener ciertos límites para evitar algún problema”, explica.

    Tamara indica que sus malas experiencias como fixer se han debido a que no ha sabido cobrar lo justo en coberturas de alto riesgo en las que ha tenido que adentrarse en lugares donde los feminicidios, homicidios dolosos, las desapariciones, los secuestros y los ataques armados son recurrentes.

    Cuenta que una vez reporteros de una televisora estadounidense, para quienes agendó citas y fue su chofer, le pagaron menos de 100 dólares al día.

    Otro medio estadounidense la contactó en busca de su ayuda para conseguir una entrevista con un “jefe de plaza” de una organización criminal, asignación casi suicida por el riesgo que implica ser el contacto local en este tipo de reportajes.

    “A mí no me gusta mucho meterme en esos temas. Entre más alejada esté es mejor para mí, para mantener la seguridad de mi familia”, explica.

    Ella desconocía que al trabajar en una región peligrosa debía cobrar más. Fue hasta que participó en un taller de Frontline Freelance México —parte del proyecto de Fixing Journalism— que ella entendió cómo ser mejor remunerada, qué debe hacer si el trabajo se realiza en una región conflictiva o plantearse si corre mayores riesgos siendo mujer.

    Vania Pigeonutt

    Jesús Bustamante es un periodista audiovisual especializado en temas del crimen organizado en su natal Culiacán, Sinaloa, la cuna del cártel que lleva el nombre de ese estado en el noroeste de México. Gracias a su fama y su trabajo ha podido ser fixer de producciones internacionales; ha ayudado a dilucidar perfiles criminales emblemáticos o la pugna entre grupos criminales de su zona durante las diferentes etapas de inseguridad en la entidad.

    El líder del Cártel de Sinaloa, Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera, fue uno de los fugitivos más buscados del mundo. Escapó dos veces de prisiones de alta seguridad en México y ahora se encuentra preso y condenado a cadena perpetua en Estados Unidos por asesinato, lavado de dinero, narcotráfico, estafa y crimen organizado. 

    El poderío y los métodos sanguinarios de esta agrupación delictiva no sólo han sido noticia internacional sino también un producto con alta demanda informativa. Los medios querían saber todo sobre el cártel: su parafernalia, cómo mataban, qué cocinaban, cuántas cantidades sembraban de amapola y mariguana, etc. 

    En 2007, en el contexto de la “guerra contra las drogas” en México que lanzó el entonces presidente Felipe Calderón,  la cobertura que Jesús hacía para medios locales se concentró en la nota roja: seguridad y violencia. Con 17 años de experiencia como periodista en estos temas, ha dedicado los últimos nueve años a trabajar como fixer y a ayudar a otros periodistas a obtener información en su área de especialidad. 

    “La guerra llegó a mí. No hubo necesidad de ir a ningún lado. La guerra tocó en mi estado. Era un hecho violento y luego otro. De un muerto te ibas a otro y lo mismo era por la mañana, por la madrugada, a la hora que fuera y cada vez fue escalando muchísimo más. De pronto eran ejecuciones, cuerpos colgados de puentes, cuerpos desmembrados”, recuerda.

    El 22 de febrero del 2014, Jesús trabajaba como corresponsal de un medio nacional y cubrió la espectacular detención de Joaquín Guzmán Loera en Mazatlán, Sinaloa. A partir de ese momento, otros medios comenzaron a buscarlo, ya sea para conseguir material gráfico o hacer historias desde Sinaloa enfocadas en la violencia y el narcotráfico.

    “Cuando me volví corresponsal me volví fixer. El medio nacional me abrió la puerta a otros contactos”, menciona.

    Jesús desconocía el término fixer y fue entendiendo este trabajo poco a poco, incluso “sin saber cobrar”. Aún así empezó a colaborar con una famosa cadena de televisión estadounidense que le solicitó llevar a un grupo de periodistas al poblado de La Tuna, municipio de Badiraguato, el lugar natal de Guzmán Loera. 

    El periodista recuerda que ellos sólo le decían: “ocupamos que nos lleves a este lugar, que nos mandes imágenes, necesitamos esto o aquello. Fue algo esporádico. Ni siquiera era un contrato. Era de palabra”.

    Las peticiones que le hacían eran conseguir accesos para documentar el proceso de elaboración de drogas sintéticas del cártel de Sinaloa; mostrar la capacidad bélica de la agrupación, o conocer qué pensaban sobre el negocio de las drogas un sicario o los familiares de Guzmán Loera. 

    “¿No habrá posibilidad  de que vayamos a un laboratorio de fentanilo?”

    “Muchos así de repente te piden una cosa, pero cuando ya están aquí te piden más… ellos tienen una visión muy rara de que todo se hace muy sencillo…. De  pronto dicen: ‘tenemos algunas horas libres, ¿no habrá posibilidad  de que vayamos a un laboratorio de fentanilo?’ Y creen así como que: ‘ah ok, voy a sacar el teléfono, le voy a hablar a alguien y en este momento me va a abrir la puerta del laboratorio’”.

    En otra ocasión, él y un grupo de periodistas extranjeros fueron detenidos por hombres armados. Los periodistas le insistieron en subir a la comunidad de La Tuna pese a que Jesús recomendaba no ir ya que no contaban con permiso de los lugartenientes del grupo del crimen. 

    “Les dije está bien. Lo vamos a hacer, pero en el momento que lleguemos al retén y salga un convoy y nos detenga, nos regresamos. No creían que pasaría y ocurrió”, comenta.

    También recuerda que los hombres armados hacían comentarios como: “es peligroso. A lo mejor allá en el camino ya no regresan”. Jesús asegura que los hombres intentaban infligir temor en ellos. Fue entonces que decidieron regresar. 

    Jesús considera que la falta de pagos dignos en medios locales es uno de los factores que orilla a los reporteros a trabajar como fixers y a enfrentar los altos riesgos que esta actividad conlleva. También dice que la capacitación para ser fixer en zonas de conflicto es nula, y que dicho trabajo carece de garantías de seguridad.

    Menciona que con los años la cobertura se ha complicado, especialmente tras el encarcelamiento de Guzmán Loera cuando sus hijos tomaron cargo de su empresa criminal. Durante esa época violenta, el periodista sinaloense Javier Valdez, internacionalmente premiado y reconocido por ser experto en temas de narcotráfico, fue asesinado el 15 de mayo de 2017. Jesús reconoce que ese asesinato le ha hecho dudar respecto a arriesgarse al trabajar cubriendo estos temas para medios internacionales. 

    “Siempre nos decimos que ninguna cobertura vale más que nuestra vida. Pero, a veces, el ataque llega sin haberlo imaginado”, reflexiona el periodista sinaloense.

    Cineastas, raperos y periodistas

    Miguel Ángel Vega, también sinaloense y autor del libro “The Fixer”, dice que gran parte de su trabajo consiste en registrar la violencia de los cárteles de acuerdo con las nociones preconcebidas de la sociedad sobre cómo operan y ejercen el control los grupos criminales.

    En su libro cuenta la historia de cómo pasó de ser periodista en su estado natal a trabajar como productor en un estado fuertemente armado como Michoacán. Gracias a su experiencia pudo colaborar en el documental “Tierra de Cárteles”.

    Miguel Ángel, en su libro, se describe a sí mismo como: “El periodista que sirve de enlace entre los corresponsales extranjeros y el infierno de los altos mandos del crimen organizado en México”.

    Él define a un fixer como “un periodista conectado con jefes de cárteles, sicarios, narcomenudistas, cocineros de droga, agentes federales, militares y policías. Su labor es abrirle paso a reporteros o documentalistas de países como Estados Unidos, Alemania, Francia, Holanda, Rusia, y otras partes del mundo, para que realicen su trabajo en los lugares más violentos donde opera la delincuencia organizada en México”.

    Miguel Ángel también ha hablado de la presión que siente por cumplir con las exigencias de los equipos foráneos y las dificultades de encontrar un balance entre esas exigencias y la realidad del mundo criminal. 

    Mientras trabajaba en Ciudad Juárez en el 2019, Miguel Ángel llevó a un equipo para grabar una entrevista con sicarios. Por razones de seguridad, la entrevista se realizaría durante el día, pero se pospuso para la tarde noche. Cuando estaban realizando la entrevista, los sicarios fueron atacados por otro grupo de sicarios y uno de ellos murió durante el atentado. “Eso fue muy traumático y fue una derrota mía”, mencionó en un foro. 

    Emmanuel Massú es un fixer que llegó a la profesión sin darse cuenta. Él es un rapero que, sin formación periodística, guió a un grupo de fotógrafos para documentar grupos musicales en Culiacán y mostrar cómo sobreviven en medio de todo el tráfico de drogas. Le pagaron bien por su ayuda—cuando no esperaba recibir ningún tipo de remuneración—y le dijeron que era muy bueno con las conexiones y las relaciones humanas y que debería guiar a otros periodistas.

    Con el tiempo, Emmanuel comenzó a trabajar como fixer en Tijuana, en barrios bravos de Ciudad de México como Iztapalapa y Tepito, en Ecatepec a las afueras de la capital mexicana, en La Paz, Los Cabos y las barrancas de Chihuahua. Con el tiempo, él y otro colega fixer, Eduardo Giraldo, decidieron unir fuerzas para dirigir y filmar el documental galardonado “Los Plebes”, que muestra la vida privada de sicarios.

    “He vivido muchas cosas y he aprendido de todo lo que he pasado. Me ha costado mucho tiempo, dinero (y) casi que me quiten la vida. Me ha costado estar en la cárcel, en el hospital”, comenta Emmanuel. 

    “Creo que el trabajo de un fixer es la arteria del corazón de las noticias. Nosotros conectamos estas arterias del corazón para que pueda latir, para que la sangre pueda llegar ahí”.

    Emmanuel coincide con Jesús en que solo se puede trabajar hasta cierto punto antes de poner en riesgo la propia vida. Ha rechazado trabajos porque quiere seguir viviendo para no dejar atrás a sus hijos. 

    “Los asesinatos y la violencia aquí están jodidos, y que silencien la libertad de expresión es realmente jodido”, comenta Emmanuel sobre toda la actividad criminal que ha presenciado. “Ningún reportaje que publiquemos va a cambiar el mundo, pero todo el respeto para los que [siguen intentándolo]”.

    Marcos Vizcarra, otro oriundo de Sinaloa, empezó a trabajar como periodista en 2011. Fue hace seis años, en 2016, que trabajó como fixer por primera vez sin darse cuenta. Llamó la atención de medios internacionales que lo buscaron por las historias que publicó en medios nacionales y regionales. 

    Su jefe de redacción le pidió que le presentara sus fuentes a un grupo de periodistas foráneos que iban a reproducir su historia. Él regularmente cubre temas relacionados a víctimas de desaparición y desplazamiento, así como el crimen organizado. Se decepcionó cuando no fue incluído como colaborador en los créditos.

    “No recibí ni un solo pago por eso porque no sabía que eso también era ‘fixerear‘… Ese trabajo ganó un premio y yo ni siquiera tuve una mención”, comparte. Ahora principalmente trata de colaborar en proyectos donde se le reconozca como periodista.

    Vania Pigeonutt

    La noche del 26 de septiembre de 2014, fuerzas de seguridad del estado en contubernio con el crimen organizado atacaron y secuestraron a 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa en Iguala, Guerrero. A casi 10 años, la trágica historia de esta desaparición forzada le ha dado la vuelta al mundo. Pero antes de que los reflectores internacionales se enfocaran en Guerrero, fueron los periodistas locales quienes informaron sobre lo ocurrido y, ya después, abrieron camino para que periodistas venidos de fuera pudieran comprender la magnitud de esta tragedia y la connivencia entre el crimen organizado y todos los niveles de gobierno.

    Margena de la O es una de estas periodistas locales. Durante los últimos 17 años, ella ha informado desde Chilpancingo, capital de Guerrero, y se ha especializado en derechos humanos. Sus reportajes se han enfocado en diferentes eventos que se han convertido en noticia internacional. Guerrero, cuya población incluye un gran número de comunidades indígenas y afrodescendientes, cuenta con una larga historia de desapariciones forzadas, cuyos inicios se remontan a la década de 1960 cuando el ejército reprimía guerrillas y movimientos sociales en la entidad. El caso de Ayotzinapa destapó esa cloaca que parecía olvidada y expuso a un estado salpicado de fosas clandestinas que contienen los restos de miles de personas desaparecidas desde el inicio de la represión militar.

    A su parecer, el tema de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa fue el detonante de la documentación periodística en su estado. A raíz de esa labor periodística es que se pone de manifiesto la importancia y el valor que tiene el trabajo del fixer, asegura Margena. 

    “Yo en realidad comencé a hacer un trabajo consciente de fixer en 2017. Es decir, hace muy poquito tiempo. Porque siempre que venían compañeros de otros lugares, particularmente de la Ciudad de México o del extranjero; siempre nos buscaban para conocer ciertas situaciones sobre todo cuando se hacían coberturas en momentos de crisis”, manifiesta.

    La experimentada periodista dice que entre los reporteros trabajando en Chilpancingo y otras partes de Guerrero hay mucho compañerismo. Asegura que ella misma “era muy colaboradora” con los compañeros periodistas que llegaban de otros lados ofreciéndoles contactos; explicando la situación; dándoles una radiografía de ciertas zonas, o detallando el contexto de ciertos temas.

    “Esto se llenó de periodistas de todo el mundo, no solo de México”, recuerda. “Me doy cuenta de que ser fixer es un trabajo profesional adicional y se suma a las precarias condiciones en las que trabajan y viven los periodistas, especialmente en zonas marginadas”.

    Margena dice que a veces se aprende a ser fixer experimentando prácticas desleales de otros periodistas. Recuerda que en una ocasión, mientras ayudaba a algunos corresponsales extranjeros a conseguir y hacer entrevistas sobre los estudiantes de Ayotzinapa, fue subcontratada por otra fixer extranjera que, desde Ciudad de México, utilizaba los contactos y conocimiento de campo que ella le proporcionaba desde Guerrero para adjudicarse el crédito por ese trabajo. 

    Esto le enseñó que hay extranjeros que trabajan como fixers en México que usan la labor de los fixers locales para ganar dinero sin compartir sus ganancias con quienes les han ayudado. También hay aquellos que, literalmente, se roban ideas e historias. En una ocasión acompañó a unas periodistas de un medio nacional y les compartió una muy buena historia que no había podido realizar. Tiempo después, cuando leyó el trabajo que estas periodistas habían publicado, se dio cuenta de que muchos de los detalles del reportaje habían sido elementos de esa muy buena historia que ella les compartió.

    “Si la gente supiera que gran parte (de la historia) es mía, porque era mi información, era mi conocimiento… y me dio mucho coraje después de ver ese texto porque yo dije: ‘si yo tuviera ese espacio en un medio nacional, estuviera esa historia ahí pero con mi nombre’”, cuenta.

    Margena entendió que en tiempos de crisis muchos se aprovechaban de los periodistas locales para hacer su trabajo. Ella dice que, al final, todos estos periodistas foráneos estaban en contacto con periodistas que cubrían el tema todos los días y conocían de primera mano la situación.

    “Tú les dabas el contexto y le decías no es que por aquí, es por allá. Ellos nada más lo que hacían era moldear el ángulo y aparte que venían, tenían espacios de mayor privilegio. Yo trabajaba en un medio estatal. Y aunque tenía alcance importante, no dejaba de ser un medio estatal, y yo estaba con la urgencia de que se supiera, de que saliera de Guerrero la información”, comparte.

    Otra colega periodista en Guerrero, que pide anonimato y que la llamemos Luisa, señala las relaciones desiguales que se esconden en la cadena del fixer. Ella ha trabajado con colegas extranjeros, en su mayoría de Estados Unidos y Europa, pero sólo en muy pocos casos ha recibido un pago justo y puntual. Luisa trabaja en municipios como Chilapa, uno de los más peligrosos de Guerrero donde, según la Fiscalía estatal, dos grupos criminales se disputan el control de la localidad, provocando un marcado aumento en la violencia de género y la violencia política. El pueblo también vivió una serie de desapariciones forzadas en 2015. Debido a ese contexto, sus servicios de fixer son muy socorridos por periodistas que quieren producir historias allí.

    Ella desearía no tener que regresar a hacer la misma historia muchas veces, pero al guiar a colegas extranjeros gana entre 150 y 250 dólares por día. En cambio, escribir una historia como colaborador independiente paga alrededor de 400 dólares. Es decir que, de acuerdo a ella, con solo dos o tres días trabajando como fixer gana lo mismo que publicando un artículo que le toma más de un mes.

    Luisa señala que otra zona de alto riesgo es la Sierra de Guerrero, donde gran parte de la población de escasos recursos trabaja cosechando amapola. Ir a esa región a guiar a otros periodistas representa para Luisa un desafío. Tras numerosas coberturas en los pueblos de esta zona, ella cada vez se hace más visible ante los políticos y criminales locales.

    Pero no sólo se trata de hacerse más visible en una zona de riesgo; también están los compromisos que ella asume con las personas que entrevista. Luisa se compromete de corazón con las víctimas y sus familiares cuando ayuda a otros periodistas a cubrir una historia. Ha habido ocasiones en las que ellos llegan a quejarse por qué cierto reportero o fotógrafo no cumplió su promesa de regresar, poniendo en riesgo su relación con las fuentes que ha cultivado a lo largo de su carrera periodística.

    “Uno no sabe cobrar y no comprende las dimensiones de ser fixer. Son experiencias que te marcan y te enseñan más del estado, que es muy rico en tradiciones, en gastronomía; es deliciosa la comida guerrerense. También está el mezcal. Hay muchos productos poco aprovechados como el chilate…”, detalla.

    Pero además de las malas experiencias, dice que trabajar como fixer también le ha permitido analizar su estado desde lo más profundo, desde sus raíces ligadas al México corrupto y pobre donde reina la impunidad. Sin embargo, se cuestiona sobre todo cuánto comparten los fixers con los corresponsales extranjeros.

    “Es como si regaláramos todo el conocimiento que hemos adquirido de Guerrero y nuestra comprensión muy especializada”, dice.

    Luisa dice que ser fixer es estar conectado con asesinos, sicarios, narcotraficantes y una realidad que va más allá de ellos.

    “Si no aprendemos que este es el valor de ser fixer o productor local, creo que no solo estamos malbaratando nuestro trabajo, sino también dejamos un mal precedente en un contexto criminal, social y político de muchas carencias”.

    ***

    A Francisco Robles, quien ha trabajado como fixer primordialmente en su base de operaciones de Acapulco, hacer este trabajo le ha traído buenas y malas experiencias. Comparte con otros el sentimiento colectivo de que si ganara más como reportero gráfico cubriendo el tema del crimen —su verdadera pasión— no tendría que trabajar como fixer. Pero le gusta y ha aprendido mucho.

    “Yo inicié en 2014 como apoyo para un compañero que sí había sido contratado como fixer. Comencé siendo el enlace entre el gobierno y un comunicador que venía de Estados Unidos y quería hacer una nota sobre la violencia en Acapulco. En ese año todavía se vivía una fuerte delincuencia entre grupos delictivos aquí en el puerto. La experiencia de ser fixer deja buenos recuerdos, pero también deja uno que otro mal recuerdo”, comenta.

    Francisco ha trabajado con muchos medios de noticias internacionales de renombre. “Lo que normalmente piden son los temas de violencia, narcotráfico, cosecha de amapola, policías comunitarias y movimientos sociales. Recibo muy pocas solicitudes sobre el tema de turismo, porque Acapulco no es tendencia en el extranjero y los niveles de turismo son muy bajos. Actualmente, el grueso del turismo que visita este puerto es mexicano. Ya no hay turismo que venga del exterior”, detalla.

    Recuerda cuando trabajó para un gran medio internacional cubriendo una historia sobre plantaciones de amapola, y al mismo tiempo los titulares de las noticias se centraban en los secuestros masivos y un capo criminal local de la Sierra de San Miguel Totolapan, un municipio ubicado en la región de Tierra Caliente.

    “Después vino un medio [de Estados Unidos]. También vino un medio inglés. Vino una televisora de Países Bajos, otra de Italia. Después vino una televisora de Bélgica. Gracias a esto he podido sanar mis finanzas, porque la paga con ellos se refleja en dólares y te da una garantía, una ganancia, a comparación de lo que ganas aquí con un medio nacional”, comparte.

    En Acapulco, la ciudad más grande de Guerrero, sus compañeros ganan entre 6,000 y 10,000 pesos al mes.

    “Desde mi punto de vista, pagan muy poco teniendo en cuenta todos los riesgos que implica. Está bien si estás cubriendo un tema como la política o el entretenimiento, pero cuando tienes que cubrir la violencia, significa un gasto adicional o un recorte en tu cheque de pago porque los medios locales no cubren tus gastos si tienes que tomar un autobús o pagar la gasolina si usas tu auto”, asegura. 

    Francisco está muy enfocado en su labor de fixer. Pero cuando lo contratan de varios medios al mismo tiempo, aunque se beneficia económicamente, es un problema partirse en varios ‘Franciscos’ para poder cumplir como fotorreportero de un medio nacional y además colaborar con organizaciones internacionales como la agencia francesa Agence France-Presse (AFP).

    Francisco menciona que uno de los peligros de ser fixer es que muchas veces se pierde el control de la información publicada y con ello la seguridad.

    “Le pedimos a la persona del medio extranjero tapar algunos nombres y caras. Pero cuando salió al aire o a la televisión abierta, resulta que no lo hicieron. Te deja un mal sabor de boca porque quedas mal con la fuente y después te puede generar un conflicto con ellos, con las fuentes, por ponerlas en riesgo”, puntualiza.

    Vania Pigeonutt

    Verónica Espinosa, una de las periodistas más experimentadas en el estado de Guanajuato, dice que en sus 30 años de carrera sólo empezó a escuchar el término fixer alrededor de 2017.

    Guanajuato ha sido el estado más violento de México durante tres años consecutivos, con la tasa de homicidios dolosos más alta en todo el país, de acuerdo al Informe de Incidencia Delictiva del Fuero Común emitido por el Secretariado Ejecutivo Nacional de Seguridad Pública.

    Hasta octubre de 2023, Guanajuato continuaba siendo el estado con el mayor número de homicidios dolosos al registrar 2,024; le seguían Baja California (1,958), Estado de México (1,756), Chihuahua (1,576), Jalisco (1,095), Michoacán (1,088) y Guerrero (1,073).    

    En su labor periodística, Verónica cubre con destreza el flagelo de los feminicidios y la violencia contra las mujeres en Guanajuato. También es coordinadora de corresponsales de la revista mexicana Proceso y ocasionalmente trabaja como fixer. Las solicitudes que con más frecuencia recibe son aquellos que buscan guías locales en el municipio de Celaya, que es el corazón de la zona conocida como Laja-Bajío.

    “Celaya y los municipios circundantes; toda esa zona ha presentado cobertura periodística por incidentes muy fuertes como bloqueos carreteros, incendios de vehículos, tiroteos en vía pública, masacres en viviendas, en comercios, en negocios como restaurantes, bares”, detalla.

    Verónica indica que hacia el final de la presidencia de Felipe Calderón, entre 2010 y 2011, el despliegue de la estrategia militarizada contra el crimen organizado provocó un fuerte aumento de la violencia que continúa hasta la fecha. Las organizaciones criminales que se sabía operaban en la zona eran La Familia Michoacana, Los Templarios y Los Zetas.

    “En esas ocasiones empezaron a venir compañeros, particularmente de unos medios de Estados Unidos. Me contactó una reportera. Había dos temas que les interesaban: los negocios del cuero calzado que, como se sabe, León es una ciudad que tiene una aportación muy significativa en este sector, y también el tema de las mujeres presas por delitos relacionados con el aborto en el 2009”, recuerda. “Después a Guanajuato ya fueron más medios. A mí me buscan, y yo más bien les he recomendado a otros compañeros que están en la zona específicamente de Celaya, porque ahí es donde tienen el conocimiento territorial”, comenta.

    A pesar de los riesgos de hacer periodismo en zonas donde los hechos violentos van en aumento, ella nunca se ha preocupado por escribir y publicar lo que pasa en el estado porque, Verónica afirma, lo que ahí se vive es muy grave y es importante que se dé a conocer.

    “Pero eso no me ha dejado fuera de amenazas, de estar expuesta a situaciones de riesgo y de haber sufrido incluso graves incidentes de seguridad. Muchas veces es algo que no valoran quienes buscan a los fixers. Creo que lo que sí tiene que pasar es que esto se reconozca”, señala.

    Paloma Robles es otra periodista que ahondó en el tema de la desaparición forzada de personas en su natal Guadalajara, Jalisco. Comenzó cubriendo historias sobre las madres que buscaban a sus hijos e hijas en fosas clandestinas; esto dio paso a su trabajo como fixer e intérprete para colegas extranjeros.

    “En septiembre del 2018 para nosotros era importante que se supiera [de las desapariciones], pero al principio, [dijeron] violencia no. Cuando los medios solicitaron información sobre desapariciones a las compañeras se prendió el tema”, recuerda.

    Dijo que por protocolo, el medio con el que trabajaba no estaba interesado en asistir a las búsquedas que habían organizado los familiares de los desaparecidos. Fue difícil para ella explicarle al medio para el que trabajaba la grosería que significaba dejar plantadas a las madres que buscaban a sus hijos. Habían planeado el día, gastaron su propio dinero, pero el medio de comunicación canceló la cobertura.

    En otra ocasión, tuvo que lidiar con la falta de empatía y profesionalismo de los colegas a los que estaba guiando. La entrevista era con la madre de una persona desaparecida. Algo salió mal en la grabación y los periodistas foráneos no se dieron cuenta sino hasta que ya iban de regreso a casa.

    “Una señora cuenta su historia. [Fue] catártico, muy duro. Cuando nos subimos al carro [me dijeron] ‘Sabes qué, necesitamos entrevistar a la señora otra vez. El audio no quedó bien”, recuerda.

    Paloma opina que los colegas que llegan a realizar estos trabajos deben ser empáticos con los familiares de personas desaparecidas o asesinadas, además de tener consideración de la persona que sea su enlace o fixer.

    Jennifer González, que vive en Aguascalientes, se inició en el periodismo en 2009 trabajando para la ya desaparecida publicación La Jornada Aguascalientes. Cubrió las fuentes de salud y partidos políticos. Más tarde se adentraría de lleno en la fuente política.

    “La primera vez que trabajé como fixer formalmente fue para un equipo que vino a hacer una cobertura sobre el tema industrial. Y básicamente mi tarea fue acompañarlos a levantar imágenes. Originalmente querían que les ayudará a pactar entrevistas o a traducir entrevistas, a hacer la traducción simultánea”, dice.

    Recuerda que no firmó un contrato, pero sí se comunicó por correo electrónico con el equipo para averiguar qué necesitaban, el presupuesto y lo que haría cada día.

    “El hecho de que te paguen en dólares ante la disparidad salarial por los bajos salarios en los periódicos locales mexicanos, pues por supuesto que me resultó súper conveniente. En cuanto a la experiencia y la oportunidad de vincularme con colegas de otros países, la mayor ganancia es que estoy en contacto con ellos, especialmente con el de Estados Unidos”.

    Con respecto a su contribución como fixer en lo que respecta al ángulo de la historia y la narrativa, cree que ha hecho su parte.

    “Sobre todo a desmitificar”, asegura. “De pronto llegan ellos con la idea de que México es un país violento. También la experiencia que ellos traen tiene mucho que ver. Un colega había cubierto violencia en el norte del país cuando Tamaulipas, Nuevo León, Durango y Coahuila estaban muy calientes; y llegó a Aguascalientes y le costó entender que aquí el crimen organizado no figura de manera tan visible y tan espectacular”.

    Gracias a estas experiencias, Jennifer se ha hecho muy amiga de colegas a quienes ha apoyado explicando los problemas de su estado. Ella piensa que es una experiencia positiva conectarse con colegas de los Estados Unidos, Medio Oriente y otros lugares.

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